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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Cine negro. Intriga En el siglo XVI, los Caballeros de la Orden de Malta regalaron a Carlos I de España y V de Alemania la estatuilla de un halcón de oro macizo con incrustaciones de piedras preciosas. Era una muestra de gratitud por ciertas prerrogativas que el monarca les había concedido. Sin embargo, la joya no llegó nunca a manos del Emperador, ya que la galera que la trasportaba fue asaltada por unos piratas. Cuatrocientos años después, el detective ... [+]
31 de agosto de 2009
45 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho me temo que no seré nada original, que voy a sumarme a la mayoría alienada, que voy a irritar o tal vez a espolear y cargar de razones a esa adorable turba de justicieros que andan por ahí armados de mazos y piquetas, en busca de falsos ídolos a derribar, de espejismos cinematográficos que ellos y solo ellos son capaces de distinguir, de sobrevalorados peñazos (la lista es larga: de Hitchcock a Ford, pasando por Wilder, Hawks o Capra) cuya persistencia, 40, 60 u 80 años después de su estreno, en las listas de las mejores pelis de la historia, ofende profundamente a su infalible olfato cinematográfico. Qué suerte la suya, ver la luz que a otros se nos niega, qué candidez: quieren subir el Tourmalet con su triciclo de colores y cuando se atascan en las primeras rampas, le dan cuatro patadas a la montaña y se cagan en la madre que parió el Tour.
En fin, ahora que ya he anticipado que no tengo criterio y que me dejo manipular alegremente, trataré de razonar por qué "El Halcon Maltés" es, a mi juicio, una extraordinaria película.
Lo primero que se me ocurre es que cumple uno de los requisitos esenciales para que una peli se considere un clásico: no pasa el tiempo para ella. La vi ayer y logré seguirla con ojos vírgenes, como en 1983, en un ciclo que TVE dedicó al cine negro (sí, estas cosas antes se hacían, y además en prime-time), recordando alguna frase memorable, pero descubriendo, asimismo, matices que antes se me habían escapado. El secreto de su frescura creo que reside, por un lado, en el desparpajo del debutante Huston al dirigir a su imponente reparto y, por otro lado, en una compleja trama que explora dos facetas, tan eternas como interrelacionadas, de la condición humana: la mentira y la codicia.
Durante la primera parte del metraje, es la mentira la que campa a sus anchas. El guión juega deliberadamente al gato y al ratón con el espectador, que puede, es cierto, sentirse perdido en un mar de engaños: todo el mundo miente. Lo que Huston pretende es, en mi opinión, zarandear la credulidad del espectador, forzarle a dudar de los actos y palabras de todos los personajes, incluido el propio Spade, que es retratado como un ser poliédrico, impredecible, cínico, amoral e incluso miserable.
Con la aparición del famoso pájaro negro se aclaran los motivos que todos los personajes tienen para mentir y qué buscan realmente con ello, y es la codicia la que domina la segunda parte de la película, hasta un final en el que los personajes se arrancan las máscaras y muestran sus verdaderos rostros, velados hasta entonces por sus propias mentiras y fingimientos. Es entonces cuando descubrimos la nobleza y la lealtad ocultas bajo la rudeza de Spade, el auténtico móvil de sus actos, en un final que cierra de modo perfecto el carrusel de engaños con que se abría la película, tan alejado del “happy end” clásico como justo e irrebatible, digno, en su descarnada humanidad, del mismísimo William Shakespeare. Y eso, amigos, son palabras mayores.
Normelvis Bates
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