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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
4
Drama Biopic de uno de los iconos de la cultura norteamericana, el poeta Allen Ginsberg, bisagra entre el mundo beat de los 50 y el movimiento hippie de los 60. Howl (Aullido) narra tres historias entrelazadas: el desarrollo de un histórico juicio por obscenidad en 1957, las revelaciones de un artista rebelde que rompe barreras para encontrar el amor y la redención, y un imaginativo viaje a través de una profética obra maestra que sacudió a ... [+]
14 de septiembre de 2011
17 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre los muchos momentos memorables que nos ha deparado la familia Simpson a lo largo de los últimos 20 años se halla, sin duda, aquel en el cual se nos revelaba el odio secreto que el bueno de Ned Flanders llevaba años incubando hacia sus padres. Estos, una pareja de mugrientos y bobalicones beatniks, esgrimiendo que a Gene Krupa nadie podía prohibirle que hiciera bum-ba-ba-bum-bum-ba con su batería, le habían permitido de niño hacer lo que le salía de las narices, hasta que, hartos de que sus travesuras interfirieran en su contracultural y bohemio estilo de vida, le habían sometido durante ocho meses a un tratamiento experimental a base de azotes múltiples que había anulado su capacidad de expresar emociones y le había convertido en el hola-holita-vecinito más reprimido y mojigato de Springfield.

Pobre Ned, quién sería capaz de reprocharle nada. Sin menospreciar su papel de agitadores de la autocomplaciente sociedad americana surgida tras la Segunda Guerra Mundial, los beatniks constituyen, en conjunto, uno de los ejemplos más acabados de la extraña mezcla de gazmoña beatería y recreación morbosa en lo escandaloso con que suele acercarse demasiada gente, desde hace demasiado tiempo, a las vidas de los artistas. Glorificados por sus voceros por sus hazañas como vagabundos, fornicadores o drogotas impenitentes, los beatniks parecen haber sido eximidos de ofrecer literatura de calidad, como si su vida fuera su obra y exhibir boina, perilla y gafas de pasta, darle al peyote como una choni le da al estramonio, beber a morro de una garrafa de vino barato o meter la minga en adobo en el primer orificio a mano justificaran, por sí mismas, su categoría de geniales artistas en perpetuo desafio de la sociedad. Poco importa, al parecer, que su producción literaria, que pudo en su día sonar tan rompedora, sea hoy pura arqueología y huela como la ropa de la noche anterior una mañana de resaca.

“Howl” es una rendida loa del poema más conocido de Allen Ginsberg, una ya de por sí tediosa y estomagante combinación de homilía curil, ínfulas whitmanescas y apolillada retórica vanguardista, que aquí, por si fuera poco, se le ofrece al espectador por cuadruplicado, en forma de prédica pública en un tabernáculo beat, dibujos animados, soso drama judicial apenas salvado por Jon Hamm y David Strathairn y masturbatoria entrevista con el autor, competentemente encarnado por James Franco. El resultado es una película pastosa, indigesta y cargante que más que al aullido invita al bostezo y que acaba conduciendo al sopor y la cefalea y, al menos en mi caso, a la más absoluta frustración, ante una nueva y concluyente constatación del hecho de que el cine se muestre incapaz de ofrecer retrato alguno de un autor literario sin caer en la santurronería, la ñoñez o el papanatismo. Tras “El Cónsul de Sodoma” y “Howl”, lo admito, siento que no me queda ya en quien depositar mi confianza. Habéis podido conmigo, cabronazos. Me rindo, bajo los brazos, bandera blanca.
Normelvis Bates
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