Lástima lo de la tediosísima introducción de más de veinte minutos. Podría haberla firmado el Bergman más coñazo; y efectivamente le habría dado menos nota de no ser por el resto, formalmente impecable, con un uso de la luz y de la cámara que debería ser objeto de estudio en todas las escuelas de cine. El señor Polanski despliega todo su talento para sumergirnos, con un presupuesto mínimo, en la desquiciada mente de una extraña joven; aunque, si lo pensamos bien, las manifestaciones pueden interpretarse también como fenómenos paranormales. Yo me decanto por la locura con origen en algún trauma, pues el director ofrece numerosas metáforas e información sutil para sugerirlo: la imagen final de la fotografía familiar entre las sombras, en la que sólo se ve cómo la niña lanza una siniestra mirada hacia su padre –ya es mucho suponer que fuera su padre, pero parece lógico pensar que, al menos, era su tutor–; las violaciones que tienen lugar durante el repicar de las campanas; las paredes que se resquebrajan y el conejo que se pudre, al igual que su mente en la soledad; etc.
Agradezco sobremanera que en la parte final introduzca los eficaces conceptos de la intriga criminalista más clásica. Eso sí, los asesinatos son de lo más morboso que he visto nunca –¡menuda forma de morir: desangrado por numerosas incisiones practicadas con una navaja de afeitar!–.

Podría considerarse como parte de una trilogía siniestra sobre los horrores de la convivencia en la ciudad completada por "El quimérico inquilino" y "La semilla del diablo". (Los vecinos de Polanski son tan cotillas como en la vida real.)
Resulta curioso que el orgasmo sugerido de Catherine Deneuve pasara la censura británica.

No me parece la mejor película del director, pero se merece todos mis respetos.