"Jane Eyre" es uno de esos títulos que tengo anotado para futuras lecturas. Mientras me decido, éste es un buen propósito para el año nuevo, nos toca conformarnos con una nueva adaptación de la obra más famosa de Charlotte Brontë. De entrada, además de mi desconocimiento del texto original, hay que aclarar que la historia es un poco fea, digan lo que digan. Llevada a la gran pantalla no parece mejorar, entre otras cosas, porque la propuesta de Cary Fukunaga carece de nervio y sobre todo, de pasión. Académica, bien ambientada, pero gélida. Por ejemplo, esta relación entre Jane (una Mia Wasikowska demasiado seca), de la que no veo nada que enamore, y Rochester (Michael Fassbender), brusco, voluble y añado, malhumorado, o sea te cae un poco mal, aparece de sopetón, porque lo dice el guionista.

A estas alturas prefiero con creces la versión del 2006 protagonizada por Ruth Wilson y Toby Stephens. Además de explicarse mejor, supongo que por más minutos de metraje, 202, era más intensa. Aquí, va todo demasiado deprisa, los diálogos son aparatosos por literarios y el desenlace es brusco. Se nota eso que dicen algunos de la "americanización", por ejemplo, al escoger actores más agraciados que lo que el libro apunta. Con todo lo dicho, la obra invita al aburrimiento sin que el misterio que esconde, ¿será un hombre lobo o un vampiro? pensé, te saque del mismo. Al final me parece que el director ha querido darle un toque feminista moderno que hace que Jane te deje frío. Sin embargo la escritora, como conservadora férrea, defendía a la mujer ideando una heroína con una calidez femenina de la que ésta carece.