Primera incursión (y espero que última) en el cine de imagen real del animador Mamoru Oshii. Su opción estética (sepias y amarillos mortecinos, contornos difuminados para potenciar la sensación de irrealidad) será discutible, pero a la postre resulta casi lo único salvable de este cargante producto pseudo-trascendental alrededor del escapismo virtual en pos de fantasías belicistas que hagan olvidar las texuras grises de la sucia realidad, un campo minado de seres sin alma que pasean mustios su desidia existencial ajenos a la pobreza material y moral que los rodea. Nada que no hayamos visto antes en títulos más conseguidos como Días extraños, Matrix o la propia Ghost in the shell, que ya compartía con ésta la reflexión en torno a la identidad y los peligros de la impostura en una compleja sociedad moderna. Todo narrado con una lentitud por momentos exasperante (¿por ser una producción medio polaca?), articulando un guión confuso, reiterativo y demasiado deudor de un mal argumento de cualquier juego de la Play (¡esa niña fantasma, ese fraile!), lo que en otras manos hubiera sido poesía e interesante estudio de la relación que establece el ser humano con las nuevas tecnologías, con Oshii deviene pretenciosa payasada sin sangre sólo apta para amantes de curiosidades futuristas y seguidores acérrimos del director nipón.