Otra vez la técnica animada ha triunfado, ya que no solo se enfoca en el apartado de su abundante paleta de colores, sino que esta tiene incidencia dramática dentro del conjunto, aportando a la construcción de los diferentes casos, desde el exótico Singapur con sus cielos de un celeste pleno hasta las apagadas calles de Londres bañadas de colores grisáceos tanto en exteriores como en los interiores pero que cuando despierta la pasión o la inspiración estos espacios interiores cobran vida reflejando el estado emocional de los personajes. En su último caso se apuesta por priorizar la iluminación para establecer relaciones entre personajes, véanse los ejemplos entre las conversaciones entre Makoto con su padre y su relación en la composición visual. Pero el mayor ejemplo de esto es la formidable escena del yate en pleno océano, dotados de una iluminación natural el director ya marca la pauta estética entre todos los presentes además de como compone los planos de la secuencia para dotar de la escena de la potencia dramática necesaria como aquel antes que Oz dispare hace un primer plano de nuestro protagonista casi completamente iluminado por el sol, incapaz de liquidar a sus compañeras, para que luego en la venganza contra Oz este en las tinieblas anticipando su caída y así ganándose la confianza de Suzaku.

El título de la reseña alude al personaje que es el eje de todo el desenvolvimiento de la trama, la misteriosa Dorothy una bellísima mujer de tez como el ébano que por su “fortuito” encuentro con Laurent lo invita a participar de su banda de atracadores, el Team Confidence, pero en su última aventura en Shanghái tras un error de cálculo, lo tramado se ve truncado por la ejecución de la chica debido a que el mago del lejano este no pudo devolverla a su hogar que iba a formar con el rubio francés, la narración nos lleva a un presente desolador, todos nuestros personajes deben vivir con su pasado pero a su vez deben confrontarlo, deben hacer ese viaje interno por la memoria, por aquello que dejo huella en sus vidas desde la guerra en medio oriente hasta las relaciones truncadas por la desconexión de los amantes. Al igual que ellos los secundarios también se ven embarcados en esa introspección como aquel viejo piloto o la anciana jefa de aquella nefasta corporación que tiene que mantener esa doble vida como la dualidad de los colores de su kimono.

Las pautas de los eventos están marcadas por dos elementos constitutivos que aportan a la narración visual y una marcada sutileza dramática, los juguetes que el joven Makoto saca de cada nueva ciudad que determinan la naturaleza del arco narrado como aquel rey que renuncio a la fortuna por amor o el simple campesino que tiene que volver a empezar para labrar su riqueza. Los gatos están presentes en la obra desde aquel que nuestro protagonista le entrega a su moribunda madre o que el joven Laurent cargaba cuando su madre cedió ante la locura los gatos están presentes en el ending cantado por Mercury, estos son seres solitarios al igual que todos los personajes, necesitan un hogar, necesitan amor.

Un viaje emocional de 23 episodios pero ante todo un triunfo del arte animado en un panorama donde las series de animación japonesa se estancan en clichés visuales repetidos hasta el hartazgo o en franquicias con un dramatismo exacerbado que dependen de golpes de efecto que rozan lo telenovelesco para mantener cautivo a la audiencia, aquí es la audacia de los puntos de giro, la pericia visual y el montaje los que permiten a la audiencia continuar el recorrido, es usar las armas que nos proporciona el cine para dotar de un alma a una serie inolvidable.