Como suelo decir en mis reseñas de secuelas, un éxito de una película suele ser un regalo demasiado goloso para que los estudios lo dejen pasar de largo. Así que seis años después de 'Gremlins' la secuela llegó, cambiando el pueblo de Kingston Falls por Nueva York, donde ahora trabajan Billy y Kate, los protas de la cinta original.

Esta secuela tiene el acierto de repetir con buena parte del equipo de 'Gremlins', dando continuidad al tono y a mantener el lazo con los personajes, cosa bastante importante cuando hablamos de secuelas; repiten Joe Dante en la dirección, Jerry Goldsmith en la banda sonora y Zach Galligan, Phoebe Cates, Dick Miller y Jackie Joseph en el reparto; aunque una continuidad en el equipo creativo y artístico no es éxito garantizado.

La fórmula de la primera entrega ya no daba más de por sí, así que a la hora de trabajar en una segunda parte se toma una sabia decisión, a mi parecer, que dota a la película de aire fresco: la parodia y el metalenguaje. Desde la introducción con el logotipo de Warner Bros ya se es consciente de que este nuevo viaje va a tener secuencias para tomar el pelo al público. Pudiera parecer un elemento baladí de que se han quedado sin ideas y van a rellenar minutos, el mérito está en saberlos integrar en la cinta y no sacar al público de la narración. Secuencias como la del cine o la del programa de cine me parecieron bastante divertidos.

Quitando eso, el filme vuelve a la cruda realidad y es una repetición de la narrativa de 'Gremlins', con algunos toques para no ser una burda copia. A pesar de eso, la cinta consigue mantenerse más o menos con frescura y las novedades tomadas con los bichos ayudan a que esta aventura sea casi tan amena como lo fue la de 1984. Una secuela, en definitiva, que no entrará en la lista de "segundas partes que sí son malas".