Rob Zombie, que cuenta con una respetable carrera cinematográfica a sus espaldas, deja de lado la riqueza en los guiones y los diálogos enfermizos pero realmente aterradores (como en La casa de los 1000 cadáveres o Los renegados del diablo) para centrarse simplemente: EN EL GORE Y LA MACARRADA BARATA, que por lo menos a mí, me pone.

Desde el principio hasta el final, lo único que se nos ofrece son payasos (a cada cual más psicópata que el anterior), un reparto cualquiera (liderado por Sheri Moon) y una banda sonora que derrocha pura agresividad.

La sangre, los gritos, el rugir de las motosierras... Todo rodado en un tugurio lleno de pasillos oscuros y una estética setentera muy bien lograda (Zombie es un genio en recrear ese tipo de atmósferas, ya nos lo dejó claro en sus películas anteriores). La oscuridad del laberíntico recinto donde transcurre todo, y la locura de los payasos hacen que se me enerve la sangre y me ponga a cien.

Dejando de lado cualquier intento de encontrar un trabajo políticamente correcto, este film es un brillante ejercicio de arte macabro. Así lo definiría yo. Es una pequeña joya del entretenimiento gore, y yo, personalmente, agradezco todos los días que el legado del gore en condiciones siga adelante con directores como éste.

Amantes del género, y de Zombie, no os la perdáis. Disfrutad de su lograda estética, y dejaos llevar por la pura enfermedad de la mente de un perverso, pero a la vez morboso, genio del arte macabro y MACARRA.