El problema de frivolizar con algo tan duro como es una dictadura es que da pie a las interpretaciones engañosas. Ésta no es una película dirigida a espectadores con el estómago fácil, ni es una nueva comedia fresca norteamericana: es algo más, tal vez una crítica a las dictaduras y tal vez una crítica al capitalismo más cerril. No confundamos tampoco el mensaje; no he notado insidia en ningún momento en que alegorizan con el mundo islámico: simplemente lo he visto como mera caricatura. Cierto que a Baron Cohen le importa dos pimientos dónde está el límite que marca lo soportable con lo obsceno, lo políticamente correcto con lo que no, el buen gusto con lo deplorable. Y es aquí donde falla: se deja llevar demasiado por el humor infantiloide de lo escatológico, por las risas de patio de colegio y por el recurso mil veces usado del sexo. Porque por lo demás da en el clavo y construye un dictador que, aunque recuerda en muchas ocasiones a antiguos personajes suyos, responde afirmativamente a lo que se busca. Eso y algunas situaciones verdaderamente hilarantes hacen que "El dictador" sea una película que no pasará a la historia pero que sí dará mucho que hablar a aquellos que la vean, porque no deja indiferente a nadie que le dedique 75 minutos de su tiempo.