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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Tres amigos van de caza a un coto que fue escenario de una batalla durante la Guerra Civil. Todos ellos están pasando por momentos difíciles, separaciones, problemas con el alcohol, de modo que lo que iba a ser una tranquila jornada de caza se convierte en un enfrentamiento entre los tres. (FILMAFFINITY)
13 de febrero de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevaba décadas deseando poder ver por cualquier vía “La caza”, la película que Carlos Saura estrenara en 1966. Una obra agreste, violenta, sórdida, valiente, intensa, comprometida, dura, desagradable, en la senda del mejor cine europeo de su época, a la altura de las propuestas del insuperable Juan Antonio Bardem y con ecos expresos al mundo de Miguel Delibes.

Al fin lo he conseguido. Y mis expectativas, lejos de frustrarse, han quedado cubiertas con creces. Era aún mejor de lo que imaginaba y me habían contado. Es una absoluta obra maestra, una de las películas más importantes de nuestro cine y que entronca directa y definitivamente con la muy posterior “Los santos inocentes” de Mario Camus, así como con el universo de Miguel Delibes en general.

Utilizando un blanco y negro desasosegante y un paisaje castellano totalmente asfixiante e insoportable, un protagonista más de la cinta, Carlos Saura nos narra sin piedad alguna hacia sus patéticos y repugnantes personajes el encuentro de cuatro amigos que han sido (y son algunos aún) socios comerciales para ir a cazar conejos a la finca de uno de ellos.

La brutalidad inhumana de la caza es retratada sin tapujos y en toda su visión dantesca por parte de Saura, que de forma adelantada a su tiempo decide destapar la violencia gratuita y el culto a la muerte por la muerte que dirige los pasos de este grupo de cazadores. La caza expuesta ante la cámara con la veracidad sin piedad de la violencia que transita por sus entrañas.

Pero los únicos rasgos miserables de unos protagonistas de clase alta aborrecibles con los que resulta totalmente imposible empatizar no se reducen a matar a todo tipo de seres vivos que pasan por delante de ellos, por el mero placer de dar muerte a todo lo que se mueve sin saber muy bien por qué y para qué. Ellos son mezquinos y despiadados entre sí, para con ellos mismos, y atesoran un número de cuentas pendientes que irán cobrando forma ante los ojos del espectador de forma paulatina.

Pero el desprecio que producen adquiere ya tintes de náusea en la forma que tratan al campesino que cuida de la finca y a su familia, y en la forma libidinosa con la que miran el cuerpo apenas formado de su sobrina menor de edad, porque se saben superiores y que pueden pisotear los derechos y las libertades de los que son menos que ellos porque han nacido pobres. Porque saben que en la sociedad los ricos están por encima de los pobres y los humillan por deporte si les apetece, como lo hacen disparando a los animales.

Y con muchos secretos por dilucidar que el espectador tendrá que conformar con posterioridad a su visionado, como lo ocurrido con Arturo, el gran ausente de la cacería, y sobre los cadáveres de la Guerra Civil aún ocultos en 1966 (y en la actualidad, aunque parezca mentira).

Una absoluta obra maestra seca, cortante como un cuchillo, asfixiante por el calor que rezuma por los poros de cada fotograma, lúcida en la demostración de la maldad humana que atesoran los de arriba, misántropa por definición, provocadora hasta el punto de incomodar al espectador y con un final épico que jamás olvidarás.

Mucho más que una cinta imprescindible, una de las películas más importantes del cine de este país y la gran obra maestra de Carlos Saura.
Sergio Berbel
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