Sólo puede fallar una cosa para que, con las mimbres con las que se confecciona el cesto de “Toro” no se convierta en una gran película de referencia, en uno de los grandes thrillers de nuestro tiempo: y es el manido, cargado de clichés y personajes de cartón piedra, situaciones imposibles, luchas increíbles y mediocridad que preside su fallido guión de los nada acertados Rafael Cobos y Fernando Navarro.

Parece mentira que, aunando a la dirección al gran Kike Maíllo (que tocó los cielos cinematográficos con esa gran obra maestra de la ciencia-ficción llamada “Eva”) y a la interpretación a Mario Casas, Luis Tosar, José Sacristán o Ingrid García-Jonsson no estemos ante una memorable película. Pero no lo es. Nada más lejos de la realidad.

Y mira que su arranque promete. Los primeros diez minutos previos a los créditos crean una tensión interesante y derrochan adrenalina (quizás de más). Los créditos en sí son una preciosidad y unos de los mejores que he visto en los últimos años, pero… a partir de ahí, la historia se convierte en inverosímil, las piruetas pasan a concursar en el más difícil todavía y la sombra vomitiva-palomitera de “Misión imposible” comienza a sobrevolar fatalmente el resultado final, que no hay quien digiera.

Todo se va precipitando en una orgía de acción trepidante, testosterona y gore que defrauda al más entregado de los espectadores, en un más difícil todavía que raya el paroxismo y que acaba convirtiendo la cinta en una feria de situaciones intragables e imposibles que alejan al espectador de la preocupación por el devenir de sus personajes.

Ni tan siquiera ambientar este thriller en Andalucía, tierra del mejor noir europeo, logra salvar de la quema el producto. Entre Málaga y Almería, Andalucía vuelve a ser el mejor escenario del mundo para el cine negro, pero ni así puede gustarnos este film.

Mario Casas y Luis Tosar son dos hermanos al servicio del gran mafioso malagueño interpretado por José Sacristán, además Hermano Mayor de una cofradía y amante del arte sacro. Pero un violento acontecimiento inicial romperá esa unión de forma definitiva y la guerra entre dos bandos tan desequilibrados tendrá lugar necesariamente.

No emociona ni conmociona en ningún momento. Está a años luz de obras maestras del género como “Tarde para la ira” de Raúl Arévalo, “La isla mínima” de Alberto Rodríguez, “Adiós” de Paco Cabezas, “No habrá paz para los malvados” de Enrique Urbizu o “Caníbal” de Manuel Martín Cuenca. Esta vez no pudo ser.