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Voto de Sergio Berbel:
10
Comedia. Drama Paul Hunham, un profesor cascarrabias de un prestigioso colegio americano, se ve obligado a permanecer en el campus durante las vacaciones de Navidad para velar por un puñado de estudiantes que no tienen a dónde ir. Contra todo pronóstico, la convivencia le llevará a forjar un insólito vínculo con uno de ellos, un inteligente y problemático muchacho con sus propios traumas, y con la jefa de cocina de la escuela, que acaba de perder un ... [+]
4 de enero de 2024
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si Alexander Payne no existiese, hubiera habido que inventarlo para que el cine tuviese sentido completo. Nadie como él, y dije nadie, ha sabido prolongar y actualizar esa inteligencia necesaria para mezclar drama y comedia a partes iguales y ponderadas que convirtiese en marca de la casa Billy Wilder. Sí, digámoslo claro: Alexander Payne es el Billy Wilder del siglo XXI. Y su nivel no es inferior. El creador de piezas magistrales como “Entre copas”, “A propósito de Schmidt”, “Los descendientes” o “Nebraska” vuelve a triunfar con la misma maravillosa fórmula en la descomunal “Los que se quedan”.

Todo lo que uno espera de un film de Alexander Payne está en esta película y en dosis generosas y magistrales. De nuevo una historia de perdedores donde la tragicomedia campa a sus anchas, donde se ríe y se llora a partes iguales, donde las lágrimas suceden a las carcajadas y viceversa. Historias humanas de gentes a quienes sus apuestas vitales han salido rana y que tienen que sufrir además las consecuencias de ello a manos de los repugnantes triunfadores. Pura misantropía humanista marca de la casa Payne. Un milagro en movimiento.

Pero aquí el maestro Payne va un poco más allá, porque el éxtasis llega también por el aspecto estético del film. Para quien ha vivido, vive y vivirá enamorado del cine setentero, jamás volverá a rodarse un homenaje al cine de esa época de esta dimensión. Desde el propio logotipo de la Universal (el setentero) con el que arranca el film hasta los créditos, pasando por el grano de la película con la que está rodada y hasta varios ostensibles zooms y cortinillas de transición de una escena a otra huelen a cine de los 70. Alexander Payne se ha metido y mete al espectador en el túnel del tiempo para estrenar una película sobre una historia que transcurre en 1970 y que parece rodada en 1970. Todo cuadra de manera magistral. Todo es perfecto. Reconozcámoslo, Alexander Payne es perfecto.

El otro gran acierto épico son las interpretaciones de sus actores y actrices: lo de Paul Giamatti no es de este mundo (un actor que siempre es estratosférico pero que cuando coincide con Alexander Payne pasa a ser directamente divino); la sorpresa mayúscula viene por parte de la actriz afroamericana Da´Vine Joy Randolph, que le sostiene el pulso al dios Giamatti sin arrugarse e incluso le come algunas escenas con su portentoso magnetismo ante la cámara; y un joven fantástico llamado Dominic Sessa, que sabe lo que hace y por qué lo hace. Los tres forman un trío épico.

El guión nos relata el encuentro de estos tres personajes perdedores natos (no podría ser de otra forma en el cine de Payne) que se encuentran como los únicos seres humanos que se quedan en un prestigioso y elitista colegio privado norteamericano durante la Navidad de 1970. Todo el mundo “vuelve a casa por Navidad” menos ellos, que se van a ver obligados a convivir durante todas las vacaciones de Navidad en las instalaciones colegiales a pesar de que no se soportan. La magia de la tragicomedia se va sirviendo paulatinamente por un Alexander Payne que es el chef supremo en la materia.

Y todo ello fotografiado por un excepcional Eigil Bryld que pareciere un director de fotografía de los que estaban en activo en 1970 y que actúa como tal, creando una pátina setentera en este film como no he visto otra en toda mi vida. Tanto la fotografía como la ambientación son un alarde técnico de primera magnitud al servicio de dar credibilidad a la historia que se cuenta, es decir, la perfección cinematográfica.
Sergio Berbel
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