Los dos puntos fuertes de esta película se asientan en las interpretaciones y en la recreación de una atmósfera inquietante y opresiva. El planteamiento también resulta atractivo: una película de espías alejada por completo de cualquier parafernalia tecnológica, monsergas políticas y secuencias de acción trufadas de tiros, explosiones y persecuciones. Pero Ray tiene un gran problema, el guión no progresa adecuadamente y la historia se convierte en algo plano, transformando la intriga en momentos de puro tedio. Y la imbricación del trasfondo religioso no acaba de encajar, no contribuye en nada, más bien al contrario, a explicarnos la conducta del protagonista, que en definitiva es el objeto fundamental de la película. Después del “The End”, la mente de Chris Cooper sigue siendo material clasificado para el espectador.