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Voto de Taylor:
8
8.2
13,089
Drama
Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
20 de abril de 2010
46 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Evidentemente, “Cuentos de Tokio” no es una peli entretenida. Ni entretenida, ni ágil, ni vibrante, ni vigorosa. Es más, yo incluso diría que es lenta y, sobre todo, extremadamente lánguida. Pero no sólo eso, amigos. Puestos a cebarnos con ella, yo añadiría -por si fuera poco- que muchos de sus diálogos me parecen inocuos y que el registro interpretativo de sus protagonistas es muy, pero que muy limitado. Vaya, que si fuera médico lo primero que haría con ella sería tomarle el pulso y, a continuación, mandarla inmediatamente a cuidados intensivos.
Afortunadamente, no soy médico. Y digo afortunadamente porque, sin lugar a dudas, “Cuentos de Tokio” no se merece -para nada- un diagnóstico tan ingrato. Ni tan superficial, por supuesto. Fundamentalmente porque, más allá de todo lo que acabo de soltar, la peli de Ozu atesora grandes virtudes. Virtudes que quizás no se perciben a simple vista pero que están ahí, inmanentes, esperando a que cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad las descubra y las disfrute. Como la sutileza. Un extraño don mediante el cual cineastas como Ozu fueron capaces de transmitir multitud de sensaciones y sentimientos que otros realizadores menos dotados solo conseguirían expresar merced a recursos mucho más, digamos, ostensibles.
Afortunadamente, no soy médico. Y digo afortunadamente porque, sin lugar a dudas, “Cuentos de Tokio” no se merece -para nada- un diagnóstico tan ingrato. Ni tan superficial, por supuesto. Fundamentalmente porque, más allá de todo lo que acabo de soltar, la peli de Ozu atesora grandes virtudes. Virtudes que quizás no se perciben a simple vista pero que están ahí, inmanentes, esperando a que cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad las descubra y las disfrute. Como la sutileza. Un extraño don mediante el cual cineastas como Ozu fueron capaces de transmitir multitud de sensaciones y sentimientos que otros realizadores menos dotados solo conseguirían expresar merced a recursos mucho más, digamos, ostensibles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Permitidme, sin embargo, destacar una secuencia. Una secuencia tan extraordinaria como la que ya han comentado ampliamente Servadac y Talibán. Me refiero concretamente a aquella en la que Shukichi y Tomi, el matrimonio protagonista, conversan plácidamente sentados en un largo espigón frente al mar. Un diálogo ciertamente interesante -esta vez sí- en el que el matrimonio admite -no sin cierta resignación, por supuesto- su ingrata condición de estorbo para los hijos que han ido a visitar. Pues bien, en esa misma secuencia Tomi sufre un ligero mareo al levantarse. Un ligero mareo que se traduce en un pequeño tambaleo que Ozu describe de la forma más sencilla y natural del mundo. Sin movimientos de cámara, ni cortes a primeros planos, ni planos de reacción. Tan sólo con un plano general que recoge esa breve e insignificante vacilación. Una vacilación que anticipa -sin ningún tipo de alarde- la repentina enfermedad que acabará con la vida de Tomi. Una vacilación que, en definitiva, sintetiza a la perfección la sutileza de Ozu y que consigue -merced a la casi imperceptible flexión de unas rodillas- que el corazón se nos encoja por unos breves instantes. Y es que, muchas veces, restar es mejor que sumar.