“Ben Hur” es una de esas películas que te impulsan inexorablemente a amar al cine. De pequeñín nadie repara en ello, pero ‘mamar’ pelis como “Los diez mandamientos”, “El Doctor Zhivago” o “El puente sobre el río Kwai” no tan sólo no perjudica sinó que incluso contribuye a la formación de futuros cinéfilos de pro.

Concebida como entretenimiento de masas sin límite de presupuesto, “Ben Hur” culmina una forma de entender el cine lamentablemente extinguida. Tras el kubrickiano “Espartaco”, productos como “Cleopatra” o “La caída del Imperio Romano” certificaron la decadencia del ‘colosalismo’ bíblico, que en lo sucesivo sería reemplazado por el ‘colosalismo’ bélico de “Lawrence de Arabia” o “El día más largo”.

Pero al margen de su trascendencia cinematográfica, del capazo de oscars obtenidos, de la memorable BSO de Miklós Rozsa, de las espectaculares secuencias de las galeras o del circo y de la interminable pléyade de estrellas contratadas para esta superproducción, me gustaría hacer nuevamente hincapié en su magnitud pedagógica, en su abrumadora capacidad para liberar nuestra imaginación y dejarla revolotear durante más de tres horas por este huracán épico de perenne vigencia. Eso sí…, recomiendo hacerlo con ojos de niño. Libres de prejuicio e impostura.