Si bien hay quienes consideran que “Silverado” constituyó, en los 80, un estimable intento de revitalizar un género herido de muerte, yo soy de los que —por el contrario— creen que la peli de Kasdan lo único que consiguió fue evidenciar que el western, salvo honrosas excepciones (“El jinete pálido”, “Forajidos de leyenda”) tenía, en efecto, sus horas contadas.

Afortunadamente, ya en la década de los 90, pelis como “Sin perdón” o “Bailando con lobos” constataron al menos que —infructuosas resurrecciones al margen— también era posible aportar cosas interesantes al género sin otro pretexto que el de intentar ser lo máximo de honestas y respetuosas con sus predecesoras.

Huelga decir, por consiguiente, que “Silverado” no tan sólo no reactivó una puta mierda sino que, por si fuera poco, no deja de ser una burda y simplona propuesta que sólo persigue enfatizar la vertiente más superficial del western (los tiroteos y la acción, básicamente) relegando a la nada todos aquellos aspectos (psicología, lirismo, sustrato alegórico…) que, a lo largo de más de cuatro décadas, habían contribuido a engrandecer este género.

Un cinquillo mondo y lirondo, pues, para una peli mediocre y prescindible que ni tan siquiera llega a la categoría de “homenaje” de la cual sólo rescataría su buena fotografía, algún que otro pasaje musical y el voluntarioso trabajo de Glenn y Kline. A Costner ni me lo mentéis.