Películas como esta me hacen pensar que, intencionadamente o no, se está pervirtiendo el concepto de ‘clásico de la literatura’ y que se piensa en obras de Shakespeare, Cervantes o los Hermanos Grimm, simplemente como libros antiguos más que como obras maestras que llevan cien, doscientos, trescientos o quinientos años entreteniendo a generaciones enteras de niños y adultos. Por eso, cada vez con más frecuencia, tenemos que aguantar que mendrugos juntaletras cojan una de esas obras maestras y tengan la prepotencia de pensar que al libro le falta tal o cual cosa para que sea realmente cool. Vamos, que encima nos hace un favor mejorándolo. Dentro de esta modalidad, los peores, sin duda, son los que cambian o añaden cosas para introducir valores contemporáneos o corregir valores de la época (las típicas perspectivas de género, raza, religión u orientación sexual), así que, en cierto modo, hemos tenido suerte de que las revisiones ejercidas sobre esta “Caperucita Roja, ¿a qué tienes miedo?” sean abundantes, pero simplemente de carácter comercial.

De hecho, la premisa parece ser coger los elementos imprescindibles (must) que caracterizan el cuento universal - una chica que viste una capa roja, una cestita, un lobo, una abuela y un leñador - e hilvanarlos de una forma que lleve al público juvenil al cine. Para eso, en un movimiento bastante inteligente por parte de la producción, se le pidió a la directora de “Crepúsculo”, Catherine Hardwicke, que recrease la misma atmósfera y buscase la manera de introducir los mismos elementos de éxito que hicieron triunfar a la saga de los vampiros. Sin romperse mucho la cabeza, Hardwicke y sus guionistas se las apañan para encontrar la forma de meter de cualquier manera un triángulo amoroso que involucre a bestias mitológicas y luego simplemente es cosa de montar las escenas con el mismo ritmo cansino, casi asistólico, que tan buenos resultados le dio en el pasado.

Hardwicke no tiene mucho problema en dar a sus jefes y al público lo que le pide: cámara superlenta en interminables juegos de miradas - en lo que parece ser su firma a la hora de sugerir amor - o en elementos que realcen la hermosura de la naturaleza - hojas cayendo, la frondosidad del bosque, la nieve virgen…-. Además, sabe usar los contrastes de color que permite la caperuza roja en el blanco de la nieve y la magia de los reflejos de la luz en el hielo para conseguir un resultado visual incuestionablemente bello, aunque estéril. El problema está en que la película lucha contra su propia naturaleza: a estas alturas, los que ya tenemos una edad, tenemos grabada en el cerebro la historia canónica de Caperucita (nada que ver con el chiste soez) y todo lo que se sale de ahí, por trabajado que esté (que no es el caso), nos chirría. Especialmente cuando se quiere forzar una historia de amor a varias bandas para exprimir el fenómeno Crepúsculo que ni los protagonistas se terminan de creer ni, aunque pusieran todo su empeño, podrían hacer funcionar bajo los parámetros disponibles.

Hace falta una enorme, por no decir imposible, fuerza de voluntad para abstraerse de prejucios y valorar la película por sí misma. Y aún así el resultado es flojo. Su lentitud es exaspetante para adultos y matadora para los niños. Es como si te contaran un cuento de quince minutos en dos horas, extendiéndose en detalles banales e intrascendentes y estirando los diálogos con silencios y miradas. Mientras cae la nieve, sí, pero tan bello como aburrido. Y forzando las cosas para que el final deje contento a todo el mundo. Seré un carca, pero me quedo con las versiones que respetan el original.