Basada en una trilogía que no he leído, “Arn, el caballero templario” es una atrevida película de aventuras de ficción sueca con la que me pasa lo mismo que con todas las películas nórdicas que he visto: van a un ritmo extremadamente lento. Hay impactantes paisajes naturales y grandiosas secuencias de batallas, solemnes diálogos y penetrantes miradas… pero nunca todo a la vez, de modo que entre cada dos frases pueden pasar cinco minutos de bosques, dos llantos y un duelo de miradas.

Cuando digo lento no lo digo como algo necesariamente malo sino como algo diferente. Es como una forma deliberada de hacer cine frío, aséptico, sin sorpresas pero sin resultar plano, como si quisieran que fuese proyectado en un canal de documentales o en los colegios.

Una vez avisados de lo que se refiere al peculiar ritmo, como puntos fuertes hay que destacar el esfuerzo para ambientar localizaciones tan diversas como los fríos bosques escandinavos y los desiertos de Siria, la meticulosidad para meter tres libros en dos horas de película, las frías interpretaciones (acordes con sus personajes) y el trabajo de recrear (con más voluntad que espectacularidad) batallas medievales. Como punto en contra, es una lástima que los responsables de la película no se hayan preocupado por los espectadores de otras nacionalidades que consideren extraños apellidos como svergeringendotten o karlstergtandorbrengen, de modo que hasta pasada una hora larga, no conseguirán deducir si dos suecos en un diálogo están hablando de un rubio con barba, al rubio del casco de alas o a la gorda morena.

Recomendable a pesar de que es exasperante por momentos debido a su lentitud y a la dificultad para seguirla; tiene su encanto y después de verla dan ganas de buscar en internet más cosas de la historia de Escandinavia. Eso sí, no hay que compararla con “El Reino de los Cielos” ni verla con gente impaciente al lado.