Durante algo más de una hora, “Traidor” aspira a película políticamente incorrecta, de esas capaces de causar un revuelo y un interés que hagan olvidar lo simple de su puesta en escena (tirando a cutre), sus lagunas de ritmo (tirando a aburrida) y la ligereza de sus interpretaciones (tirando a desgana). Sí, durante algo más de una hora pensé que una película americana iba a presentar una visión la lucha contra el terrorismo desde la perspectiva opuesta y que realmente Don Cheadle iba a tener el valor de encarnar a un ciudadano norteamericano renegado que abrazaba el Islam para convertirse en un terrorista que mata a sus compatriotas.

Sólo por esa osadía tanto la película como Cheadle se merecen una mención, ya que no muchas estrellas se arriesgarían a un papel capaz de herir las susceptibilidades estadounidenses, tan dadas a encasillar y generalizar a las personas y ver apologías antipatrióticas por todas partes. Pero se ve que la época de los valientes ya pasó y no están los tiempos para salidas de tono y, puesto que “Traidor” no pasará a la historia ni como un motivo de debate ni por herir susceptibilidades, tampoco va desde luego a pasar a la posteridad por su acción desenfrenada, sus diálogos electrizantes ni sus trepidantes golpes de guión.

Al contrario. La película evoluciona cansinamente, casi con apatía, quemando escenas de manera rutinaria sólo porque alguien escribió algo en alguna parte, sin un aporte diferencial que compense las discontinuidades espacio-temporales de ritmo, los clichés, el desaprovechamiento de unos actores con cierto prestigio, las zonas comunes, los giros previsibles que preceden a contragiros inverosímiles, el buenismo que todo lo invade y el insultante mensaje final de que estamos a salvo en manos de los estados que nos defienden de los terroristas por muy inteligentes y malvados que sean. En fin, empecé esperando mucho y me llevé el chasco de costumbre. Culpa mía, debería estar acostumbrado de que las películas cutres e interesantes al principio acaban siendo cutres a secas al final. El final, especialmente delirante, como para poner todas las películas del desconocido Nachmanoff en cuarentena.