No me gustan los remakes, todo el mundo lo sabe… y mucho menos si son de películas que me han gustado, impactado o dejado huella. Aún así, sobre el papel, un remake de “Conan” era algo que estaba dispuesto a aceptar.

Aunque me parecía totalmente innecesario, me dejé seducir por la posibilidad de una película de acción de espada y brujería que combinase la variedad argumental, la trabajada narrativa y la elegante épica del original de John Millius con las técnicas digitales y los efectos especiales de hoy en día. Me dejé seducir, limpié mi mente de prejuicios y ví esta nueva adaptación sin resquemores, ni comparaciones odiosas, ni miradas sucias… lo que hizo más profunda la decepción: “Conan el nuevo Bárbaro” es mala en sí misma y no sólo por comparación. Al margen del mal rollo que me daba no conocer de nada al director, ni al guionista, ni al realizador de la banda sonora (insisto en que no quiero echar de menos a John Millius, Oliver Stone ni Basil Poleduris), la película es un coñazo en el que necesité cuatro intentos en cuatro días diferentes para verla entera porque me quedé dormido las tres primeras veces y el final lo tuve que pasar a cámara rápida porque notaba que se volvían a ir cerrando los ojos.

Es cierto que hay más decorados digitales con croma verde y más muertes y más armas chingonas y más mutilaciones y más bichos… pero no significa eso que haya más acción, solo que hay más gente acuchillándose sin ton ni son. A la tercera pelea contra orcos ya aburre y aunque la trama dé mil giros en mil localizaciones diferentes, eso la hace más confusa pero no más trabajada. Realmente cada escena es la misma que la anterior, cambiando los decorados, el tipo de enemigo y el motivo de que se estén dando de hostias: en una escena se pelean por la gema sagrada de Krull, en la siguiente por la sangre mágica de Crom y en la siguiente por la superespada demoledora que me hará falta en la siguiente pantalla para matar al malo de fin de fase.

Hay más de todo, sí, menos confianza en el trabajo que se está haciendo. Lo peor de todo es eso, la apatía que transmite… puede que el presupuesto sea de clase A, pero los intérpretes le ponen las mismas pocas ganas que a una clase Z, como si Khal Drogo, Ron Pearlman o Rose McGowan (por citar a los medianamente conocidos) tuvieran plenamente asumida su condición de segundones. En estos casos, me gustaría que la película estuviera dirigida por Almodóvar a ver si así interpretaban con más sangre y menos horchata. En fin, no merece la pena extenderse más con esta enorme decepción, creo que está sobradamente justificada la recomendación de que os quedéis con el original.