Como si el destino quisiera poner a prueba lo que he dicho alguna vez de que es muy raro encontrar truños en el cine británico, se materializó ante mí, a traición, con un título sugerente, esta “Francotirador”. Si la traducción hubiese sido más literal o, directamente, no lo hubieran traducido, “Tower Block” me habría generado menos expectativas y la decepción hubiese sido, seguramente, más llevadera.

Lo mejor y, problablamente, lo único positivo que se puede decir es que saca todo el partido posible a unos medios económicos muy limitados. Se aprecian ganas y esfuerzo en un reparto amateur o, como poco, semidesconocidos y en una dirección que consigue montar una historia de intriga y algo de acción con efectos especiales rudimentarios, el mínimo de localizaciones y mucha imaginación para jugar con los encuadres y la iluminación consiguiendo un efecto terrorífico en lo que, realmente, es un bloque de pisos de lo más normal. Aparte de las ganas, hay que reconocer talento para conseguir que una trama moderadamente compleja no presente inconsistencias y se desarrolle sin apenas altibajos en un ritmo aceptable. Realmente desconozco el presupuesto con el que se ha contado, pero el hecho de que la productora sea desconocida, de que no haya tenido noticias de su existencia hasta que apareció en el catálogo y de que la crítica no se ha tomado la molestia de reseñarla, induce a pensar que es una producción cien por cien independiente hecha con lo puesto y que bastante logro es que hayan podido hacer algo distribuible.

Pero desgraciadamente, si es una película comercial hay que valorarla con criterios profesionales y con ojos de espectador. Decir que “Francotirador” está hecha con la mejor de las intenciones y ofrece una gran ratio resultado-inversión no va a consolar al que haya pagado la entrada o pierda su tiempo con ella. “Francotirador” es mala, en el sentido de cutre. Todas las ganas y todo el esfuerzo por convertir en minimalismo lo que realmente son carencias es una forma de hacer de la necesidad, virtud, pero no pasa de voluntariosa. El sonido es ratonero, con una música inapropiada que suena siempre a destiempo. La historia puede despertar curiosidad al principio, pero no tiene recorrido y se desarrolla con torpeza, de manera casi improvisada, con giros que parecen fruto de ser de pronto conscientes de que la historia avanza hacia un jardín de complicada salida y hay que tomar otras decisiones. Además, el esquema es el mismo una y otra vez, lo que agota a mitad de metraje los recursos interpretativos de un reparto que parece estar poniendo caras y gestos en bucle. Tampoco había tiempo o dinero para diálogos por lo visto, porque unos extraños silencios a los que se une la falta de efectos sonoros, provoca una sensación incómoda de estar en una cámara anecoica.

Poco pensada, mal contada y ejecutada a trompicones, tiene el mérito de haber hecho algo decente de noventa minutos, pero no consigue merecer la pena.