Sin paños calientes: “El reverendo” es un peñazo. Especialmente al principio donde la cámara se detiene en apasionantes planos fijos de campanarios quietos, columpios mecidos por la brisa o árboles que se recortan en un cielo plomizo durante cinco o diez interminables minutos. Luego sale Ethan Hawke, un actor que se caracteriza por aceptar papeles raros e intimistas, dice un par de frases que te hacen pensar que la película va de una crisis de fe y ya confirmas que la cosa no va a mejorar, por lo que recomiendo activar el modo «que esto pase rápido y acabe cuanto antes» y pasar a dedicarle entre un quince y un treinta por ciento de la atención. Es más que suficiente para entender una trama simple y aburrida, de las que no me aportan nada a ningún nivel, ni intelectual, ni espiritual. Habitualmente, suelo ser generoso y calificar películas de este tipo con eufemismos del tipo «hecha para ganar festivales» por no decir abiertamente «avisado quedas de que esto aburre a las ovejas», pero esta vez no. Es un peñazo. Va de thriller místico, pero es un ejercicio de pretenciosidad existencial con estética Sundance, frases sacadas de Paulo Coelho y dichas con muchas solemnidad, una ahora y otra dentro de cuarenta minutos, con escenas random entre medias de llamas de velas que se agitan, puertas que chirrían o el vaho en los cristales.

El que lea las críticas oficiales verá que es una película que gustó mucho y que hay quien pone por las nubes a su director, Paul Schrader, hablando de que si es lo mejor de su carrera, que vuelve en plena forma y demás sandeces por el estilo. Tomaos la molestia de ver quien ese Paul Schrader y veréis que su filmografía está formada por obras desconocidas, obras cuasidesconocidas y truños en potencia o confirmados. Yo diría que esta “El reverendo” está en su línea. Avisados quedáis.