Cuando parecía que Burton había entrado en una espiral descendente de excesos, efectos especiales, toneladas de maquillaje y Johnny Deppendencia, nos sorprende con una historia que no sólo discurre en el mundo real con personajes humanos, sino que está basado en la vida de una persona real, la artista Margaret Keane de la que pocos hemos oído hablar, pero autora de esos cuadros archiconocidos de niños con ojos desproporcionadamente grandes que todos hemos visto en alguna ocasión. Y no solo sorprende que Burton elija contar una historia cotidiana - la lucha de Margaret por darse a conocer y la tormentosa relación con su marido y representante- sino que consigue mantenerla dentro de los parámetros de la realidad y de la narración convencional. Le cuesta, se nota que le cuesta, pero limita sus ansias por lo excéntrico a los ojos perturbadores - a mi me dan cosica - de los cuadros de Keane.

Burton sabe rodar, sabe contar historias, aunque a veces lo disimule embarullando las tramas y disfrazándolas con toda clase de complementos y distracciones, supongo que porque tiene una vena hortera que no puede disimular. Pero cuando quiere, o le obligan, o necesita cash para sus vicios, hace sin aparente esfuerzo películas interesantes que se dejan ver con notable agrado y que reflejan con total naturalidad en segundos, con un simple encuadre con el ángulo y la luz adecuados, aspectos de la psique humana que a otros directores les cuesta Dios, ayuda, minutos y minutos, secuencias y más secuencias.

“Big eyes” descansa sobre los hombres de dos actorazos de reconocido talento, Amy Smart y Christopher Waltz, que están bien dirigidos y saben lo que se espera de ellos, lo que tienen que hacer y cómo hacerlo. Dado que además la historia de Margaret y su carrera no tiene desperdicio y Burton saca lo mejor de ella, la película no puede dejar de ser interesante y recomendable.