El concepto general no es malo, pero a la película le faltan recursos materiales para tomar cuerpo. Vamos, lo que viene siendo el típico caso de persona creativa que da con una idea prometedora pero la complejidad de los procesos cinematográficos le impiden traducirla a la pantalla. En este caso tenemos un guion da con la tecla para escribir una interesante historia sobre cosas irrebatibles como que lo único que no podemos perder en esta vida es el tiempo y que hay que priorizar las cosas importantes de la vida y descartar las superfluas. Así escrito, la cosa estaría hoy en día entre el coaching new age y la perogrullada, pero puesta en el contexto de una época (hace una década) mucho más pragmática que los tiempos que corren de ecoansiedad climática y stop being poor, tenía un pase.

“El hombre más enfadado de Brooklyn” resulta una muy acertada mezcla de comedia ácida y drama tierno que, además, cuenta con una de las últimas apariciones del gran Robin Williams rodeado de grandes actores haciendo un gran trabajo. Pero le falta consistencia. Las buenas ideas del guion y sus grandes momentos están demasiado separadas en el metraje sin un adecuado trabajo de transición, lo que las deja demasiado aisladas y desgasta su potencial cuando el espectador llega a ella tras idas y venidas de relleno y conversaciones de cartón. El resultado final queda muy irregular en cuanto a ritmo y no pone fácil su visionado, con más valor sentimental (Robin te echamos de menos) que práctico.