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Voto de Felipe Larrea:
8
Drama Adaptación de un libro de John Carlin (Playing the enemy). En 1990, tras ser puesto en libertad, Nelson Mandela (Morgan Freeman) llega a la Presidencia de su país y decreta la abolición del "Apartheid". Su objetivo era llevar a cabo una política de reconciliación entre la mayoría negra y la minoría blanca. En 1995, la celebración en Sudáfrica de la Copa Mundial de Rugby fue el instrumento utilizado por el líder negro para construir la unidad nacional. (FILMAFFINITY) [+]
30 de septiembre de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen dos fenómenos quizá interrelacionados, que vienen de atrás y caracterizan en gran medida el siglo XXI, uno en el ámbito político y otro en el mundo del cine. El primero es el desprestigio total de los dirigentes públicos. Mi prueba del algodón es sacar entre amigos la cuestión de que veo a diario los efectos positivos de la política; tardan dos segundos en echárseme encima. El segundo fenómeno es doble: la identificación del dramón con lo profundo por un lado y la desmitificación como única vía posible para retratar con verosimilitud a un personaje histórico por otro; lo optimista se considera superficial, por no hablar del desprecio endémico a la comedia.

Todos compartimos o favorecemos esta línea de pensamiento en un grado u otro, y Clint Eastwood ha consagrado buena parte de su obra a reforzarla, por ejemplo con “Mystic River” (2003) o “Million Dollar Baby” (2004), dos de los puntales del cine de la pasada década. Sin ir más lejos, otra de las biografías que ha dirigido, “Bird” (1988), se centraba en las adicciones del músico Charlie Parker casi tanto como en su talento, ante el aplauso unánime de los entendidos. Sin embargo, para el viejo maestro nadar contracorriente siempre fue virtud, así que en estos tiempos ha decidido ponerse optimista, confiar en los personajes de una pieza y lanzar un mensaje positivo a la sociedad.

La costumbre de Mandela de desterrar el odio incluso cuando quienes le rodean le empujan hacia él, el dulce trato que dispensa a todos sus colaboradores o la conmovedora convicción con que Morgan Freeman le interpreta me han emocionado muchísimo. También ver en el deporte un símbolo de unión, de la misma manera que me pareció muy bonito ver inmigrantes celebrando el triunfo de la selección española en el pasado mundial. El tibio por no decir frío recibimiento de la crítica se lo atribuyo, como decía al principio, a que Eastwood no desmonta el mito de este gran hombre ni intenta extraer lágrimas de baratillo con su triste historia familiar.
Felipe Larrea
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