Dicen que quien mucho abarca poco aprieta. Fernando Trueba, con la ayuda de su hijo Jonás y Antonio Skármeta, ha querido hacer una película global: un melodrama desaforado con muda incluido, una comedia castiza con personajes graciosillos, un thriller con gran robo incluido, hasta unas gotas de política por aquello de que estamos en el Chile post Pinochet y la muda se quedó así cuando asesinaron a sus padres. Todo ello funciona a veces, pero no siempre, y encalla cuando se mezclan todas las vertientes. Cuesta discernir la relación entre el alcaide y Ángel, aunque no hace falta una gran imaginación para suponerlo (aunque no entiendo por qué el viejo cambia de opinión en el último momento acerca de lo que no voy a revelar). Algunas escenas son de ataque de nervios (el cumpleaños del hijo de Darín). ¿Y qué demonios hace ahí Ariadna Gil, tan flaca y desconocida? ¿Le estaría sorbiendo el alma Viggo Mortensen? Y ya puestos, ¿por qué el trauma de la mudita la impele a ir a practicar felaciones a un cine porno? Se lo consultaré a mi psicoanalista de cabecera, porque no lo pillo.
En cualquier caso, alguna escena aislada brilla con el esplendor del antiguo Trueba, pero no consiguió emocionarme en ningún momento, y no empaticé con sus personajes, pese a las buenas artes de Darín. Menudo embolado, ché, la concha de su madre... Seis manos para un guión deslavazado. Una pena.