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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
6.6
28,100
Aventuras. Fantástico. Animación Mowgli (Neel Sethi), un niño criado en la selva por una manada de lobos, emprende un fascinante viaje de autodescubrimiento cuando se ve obligado a abandonar el único hogar que ha conocido en toda su vida. Nueva adaptación de la novela de Rudyard Kipling. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2016
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Pasa algo curioso con 'El Libro de la Selva', versión 2016.
Sus responsables, más que hacer borrón y cuenta nueva, no quieren o no pueden quitarse de la cabeza la inolvidable versión animada que la propia Disney hizo popular hace unas cuántas décadas.
Para qué hacerlo, sería la pregunta lógica, sobre todo cuando esta nueva hornada de cuentos está hecha a la lumbre de los originales, sin desviarse demasiado e inventando lo justo. Pues bien, la respuesta la da la propia película, en forma de aventura trepidante, más cercana que nunca a las palabras de Rudyard Kipling.

Porque aquí los animales hablan y tienen personalidades diferenciadas, conquistando por primera vez esa pequeña parcela del fotorrealismo que nunca antes había sido traspasada.
Es lo mejor que le pudo pasar a esta historia: Bagheera, la eterna sabia conciencia, y Baloo, el oso más dichoso, interactuan con un Mowgli real, en una selva que puede ser tan fascinante como sus creadores quieran. El triunfo absoluto de una realidad fantástica haciéndose tangible delante de nuestros ojos, posibilitando un diálogo que solo existía en la imaginación.
El logro es tan increíble que es capaz de justificar casi por si solo que no exista un hilo conductor claro: la selva es ancha y plagada de maravillas, lo suficiente como para que Mowgli pueda recorrerla sin preocuparse demasiado por volver a la aldea del hombre. Quién quiere humanos, también es verdad, teniendo estos animales.

Por eso, el mayor punto fuerte de esta historia es su inacabable encanto, heredero directo del clásico Disney, aupado algunas veces en prodigiosa inspiración, y otras tirando de piloto automático.
Disfruto con un Rey Louie imponente en toda su autoridad, pero no tanto cuándo conviene recordar por qué era tan grande y se meten como un pegote estrofas de una pegadiza canción que pertenece al pasado. Me encanta la carismática manera de vivir de Baloo, pero no necesito su canción más vital queriendo cobrar el cheque de mi nostalgia.
Más disfrutables son esos momentos que no necesitan rendir tributo a un altar animado, como esa persecución pesadillesca en un templo oscuro, donde un simio gigantesco hace notar su terrorífico peso, o sueños de fuego y calor admirando la Flor Roja que crece en el poblado de los hombres. Porque su fuerza está construida sobre el original, no robada de él.

Mejor aún es cuando se diferencia grandiosamente: el dilema que ruge dentro de Mowgli aquí se decanta a favor de su familia selvática, no en contra de ella persiguiendo su naturaleza humana.
En ese detalle esta versión se identifica a si misma como la que intenta aunar lo mejor de los dos mundos, dejando claro que el chico de la selva nunca será un animal, pero tampoco tendrá por qué olvidar el cariño y la comprensión que le dieron. Y es un detalle precioso, que valida por si solo lo que amenazaba con ser un calco realista.

Suprimir la tragedia del niño que se hace hombre y debe volver a la civilización tiene premio: quedarse en una selva llena de ritmo y vida, donde vale más respetar nuestras diferencias y trabajar juntos en nuestras igualdades.
Una selva que podemos ver por fin, libre y audaz, lo más cerca de como fue imaginada en las páginas de un libro inmortal.
Charles
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