¿Qué pretendían con esto?

Un hombre flotando en el agua pretende convertirse en un guiño autoirónico que parece tener más de burla que de homenaje: ¡jojo, estamos haciendo la misma peli pero no es la misma peli, juasjuas qué ingeniosos somos!
La realidad es que 'El Legado de Bourne' es penosa: quiere ser algo que, por definición y por los elementos que le faltan, no es. Sí, hay mucha cámara en mano, mucha persecución, mucho rollo burocrático y hasta han engañado a los actores de las originales para que presten su cara, pero hay que ser ilusos para pensar que Bourne no era más que esto.

Aaron Cross carece de carisma, que no es lo mismo que poner cara de chulo/duro todo el rato, y su química con Weisz parece forzada al nivel de que eran los únicos actores de renombre que se prestaron para esto. De Edward Norton ni hablar, porque ponerle en un despacho a ladrar órdenes tiene delito.
¿El hombre contra el sistema? Y qué más, aquí lo importante son las alucinantes cabriolas en moto y los puños que se meten los asesinos entre diálogos supuestamente trascendentes entre lo divino y humano.

Bourne puede que no fuera grandísimo cine a su máxima potencia (aunque sí en su género), pero desde luego iba a bastante más que este pobre remiendo que intenta por todos los medios a su alcance dar la sensación de que no hace el ridículo.
Lo más triste es que, queriendo desvelar la gran conspiración detrás de sus precedentes, tiene el interés de una nota a pie de página, y el dudoso honor de cargarse parte de la gracia de su mitología. No estaría de más quedarse con las manos quietas la próxima vez.