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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Terror La casa abandonada de un hombre asesinado es ocupada por un grupo de espectrales figuras. ¿Serán vampiros? El inspector Burke investiga a un sospechoso que, bajo hipnosis, puede estar cometiendo nuevos crímenes disfrazado de vampiro. (FILMAFFINITY)
2 de febrero de 2018
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Hay que decirlo, el aura de “película perdida” le sienta de maravilla a esta historia.
Si no fuera por ese detalle, quizá la esforzada recreación del original a base de fotografías fijas sería sustituida por habituales fotogramas en blanco y negro, probablemente con más valor nostálgico que cinematográfico.
Pero, tal como está, es otra cosa: una pieza de ámbar que ha conservado el terror de otro tiempo, cristalizado para nuevas generaciones que quieran descubrirlo y dejarse seducir por su misterio.

‘London after Midnight’, desde el principio, es el temor a lo desconocido.
La inexplicable muerte del señor Roger Balfour conmociona a su círculo de amistades, y una escueta carta de suicidio no puede borrar la sensación de que hay algo más en todo el asunto, tal vez intereses ocultos que hacen temblar las fachadas de respetabilidad y duelo de todos los presentes.
Todos se centran en la desgracia, en lo mucho que querían al difunto, pero nadie se preocupa de por qué el sobrino del señor James, su mejor amigo, no hizo nada al oír un grito, o bien el mayordomo Williams no estaba presente cuando su amo se encontraba solo: la sospecha se cuela entre la corrección, y aunque no logra penetrar del todo, queda como una marcada nota a pie de página.

Cinco años después, olvidado el incidente, otros inquilinos han tomado residencia en la mansión del antiguo fallecido.
Una mujer cadavérica y un espantoso hombre sonriente con sombrero invitan a la locura con sus maneras, perturbando la tranquilidad de los vecinos, que no se pueden quitar su horrenda visión de la cabeza, y chismorrean insistentemente sobre ellos, como si eso disminuyera la inquietud que les provocan.
Delimitar su categoría parece un triunfo (“¡vampiros!”), pero llama la atención que el cuidado que se ha puesto en clasificar a los nuevos vecinos no haya sido el mismo que en su día pudo evitar la muerte del señor Balfour.

Perdida la cualidad pesadillesca que podrían dar los planos, la recreación disponible apuesta por la mera presentación de fotos, dando alguna intensidad de “zoom” por aquí y por allá, pero incluso eso, o la repetición de escenarios, no puede borrar el enorme contraste entre las escenas del tenebroso vampiro sonriente y las más cotidianas en la que el resto de convidados tratan de adivinar sus motivos: se trata de mundos completamente separados, pequeños vistazos a una oscuridad humana que ya habitaba en cada acto indolente o maléfico que se ha llevado a cabo.
El vampiro, más que un acosador, es una conciencia traviesa, exagerado y carnavalesco, que guía los pasos a dar por todos los presentes y les recuerda el crimen cometido años atrás, consiguiendo romper con fantasmales apariciones la fachada de moralidad que habita en todas las personas que se creen libres de culpa.
Lo más curioso, y a la postre lo más rescatable del conjunto, es esa sensibilidad surrealista en la que los muertos parecen disfrutar mucho más de la vida que los aparentemente vivos, consumidos en sus traiciones o deseos de permanecer unidos.

Supongo que eso era lo más difícil de aceptar: muchas veces, el más allá tiene razones a las que los de este lado jamás se podrán asomar.
Lon Chaney lo sabía, en toda su carrera lo quiso mostrar, y por eso una fotografía fija de su escalofriante vampiro sonriendo con dientes perversos sigue siendo más impresionante que cualquier testimonio de esa actuación.
Porque, mirándole, dirías “pudo haber sido un vampiro”: qué suerte que no exista película para demostrarte lo contrario.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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