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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Aventuras. Fantástico Versión de "El cascanueces". Todo lo que Clara quiere es una llave que abre una caja que contiene un regalo muy valioso de su madre fallecida. En la fiesta anual de los Drosselmeyer encuentra una pista que le lleva a la llave, pero ésta desaparece en un mundo paralelo. Allí Clara conocerá a un soldado llamado Phillip, a una banda de ratones y a los que rigen los Tres Reinos: la Tierra de los Copos de Nieve, la Tierra de las Flores y la ... [+]
10 de noviembre de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué pasa, nos hemos vuelto adultos de golpe?
Hace tiempo que no iba al cine y me dejaba envolver en una atmósfera cálida como fuego tras ventana helada. Pensaba que a los soñadores se les miraba mal, que no quedaban mundos por explorar más allá, y el reloj hace tiempo que pasó la madrugada.
No parecía haber necesidad, en pleno desencanto y cinismo, de cuentos que nos mantengan despiertos por la noche.

Entonces, a Disney se le ocurre apostar por 'El Cascanueces y los Cuatro Reinos'.
Una película con evidente mimo y cariño, que adapta una de esas fantasías atemporales. Un relato que sabe a galleta, candil y seda, poblado de castillos cuidadosamente tallados en madera. Una de esas historias que, como se solía hacer, crea un espacio para la aventura, sin descuidar los sentimientos que laten bajo ella.
Basada en un cuento que nunca recaudó dineros, e inocente desconocedora del gusto popular: no voy a decir que sea un milagro, pero hay que ver lo hermoso que es sentir una película con regusto a Navidad.

Un Londres victoriano magníficamente recreado nos lleva de la mano al hogar familiar de Clara, donde la paz del exterior no calienta las palabras entre un padre y sus hijas, tanto que casi han olvidado usarlas.
En esa víspera de Nochebuena, Clara recibe la última voluntad de su madre en forma de huevo plateado, con una cerradura de lebas imposible de abrir sin llave: dura manera de despertar a la realidad de que algunas personas no vuelven, dejan asuntos sin terminar, y estamos obligados a bailar aunque nos queme el recuerdo.
Sin embargo, justo antes del baile prometido a un padre que lucha por salir adelante, la muchacha encuentra un reino perdido de árboles en blanco invierno, como no podía ser de otra manera, oculto tras la habitación roja, atado por el hilo que imaginaba único guía de sorpresas esa velada.

Lo fascinante no es cómo se las han apañado para convertir el ballet clásico en el viaje de autodescubrimiento de una niña-mujer que juega a comprender las ruinas infantiles de su madre, ni siquiera cómo se ha huido de cualquier convención para ofrecer un mundo coloridamente extravagante que no huye de bosques terroríficos poblados por ratas en formas humanas o noches melancólicas tan azules que parecen pintadas, o incluso lo deliciosamente travieso que es versionar el entero Cascanueces para dar acordes musicales al viaje de Clara.
No, porque la magia de verdad viene después, en un elaborado y bellísimo ballet que debe ser motivo de orgullo para los implicados, y asombro para el público menos preparado: ilusión, misterio, fantasía y temor condensado en cuerpos que se mueven armónicamente, el verdadero corazón de lo que nos querían contar, y un triunfo tremendo al meter arte alquímico en medio de una película comercial de gran estudio.
Después puede venir cualquier cosa, hasta un tercer acto menos lúcido de lo que parecía, porque durante unos minutos me han transportado a esa cualidad fantástica que los adultos olvidamos.

Creía tener que disculpar muchas cosas de esta película.
Me olvidé de que los mejores cuentos nunca necesitan eso sino, en este caso concreto, solo había que enraizar esos reinos perdidos en el recuerdo de una madre que tanto hija como padre no se han atrevido a confesarse lo que echan de menos, debiéndose un baile de Navidad en el que el primer paso siempre es más duro en solitario.
La madre de Clara dejó cuatro reinos atrás, dejó un marido con tristeza en la mirada, un Hada de Azúcar que se amargó viendo como con ella no jugaban (quién iba a decir que a Keira Knightley le sienta tan bien ser dulcemente cruel), miles de súbditos huérfanos de su cariño o guía, y una Navidad, cual mecanismo de relojería estropeado, funcionando al revés.
Al final, sin embargo, como Clara cuidando el mundo de su Cascanueces, lo hizo lo mejor posible, sabiendo que podemos añorar lo que se va, pero nunca no cuidar quien con nosotros está.

No me da la gana pisotear esta historia porque he llegado a pensar que no necesitaba más cuentos a la hora de dormir.
Renuncio a no fascinarme por la princesa que vuelve a su reino, por el noble soldado de buen corazón, por la bruja de tenebrosa guarida circense o por el sabio conocedor de que la magia se debe ir a buscar, pues está oculta.
Al menos, mientras el reloj siga girando, y no oiga que dan las 12 de la medianoche en mi campanario.
Charles
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