Doy las gracias de que el éxito de 'Viernes 13' hiciera posible rodar una película de verdad.
Lejos quedan los planos charcuteros y la planificación de cuatro duros del original.

Pero además, sorpresa, esta segunda parte se guarda uno o dos trucos en la manga que consiguen asustar, abusando de la omnipotencia del asesino para dar la impresión de que siempre estará por cualquier lugar.
Poco más necesito para disculpar su típico y tópico grupete adolescente que no tiene mucho argumento que rascar, más allá de los folleteos habituales.

El hecho de que Jason haya vivido en los bosques como un macabro niño grande con peto, protegiendo el lugar de descanso de una madre que nunca conoció, da más material pesadillesco que una loca gesticulante matando monitores de campamento.
Tras una matanza progresiva llega, de hecho, el momento álgido: una noche cerrada y desorientadora, que se antoja eterna, bajo la cual la chica final debe huir constantemente de ese loco con saco en la cabeza, a riesgo de perder la suya propia si se deja vencer por el cansancio o la paranoia.

Me di cuenta entonces de que no es nada terrenal lo que hizo la fascinación por el campamento Crystal Lake.
Si no esa sensación de que hay algo sobrenatural en su mayor leyenda urbana, algo que no está bien y probablemente nunca se pueda averiguar por qué.

Todos conocíamos la historia de los Vorhees al venir aquí.
Pero es esta secuela la que consigue que la experimentes, y te la grabes en la memoria.