Tiene mucho más mérito siendo ópera prima, pero incluso obviando ese dato, es una producción en la que todos los elementos funcionan perfectamente.

Un metraje montado para que siempre haya emoción, sin momentos para respirar casi. Unas interpretaciones convincentes y conmovedoras (Barea y Costa lo bordan, pero el peso de Sánchez es asombroso). Una ambientación en la que la fotografía juega un papel austero y bellísimo, sin quitar protagonismo y aportando enfoques atractivos. Un guion que cubre todos los temas, algunos durísimos y difíciles, desde la maternidad, la vida en pareja, la precariedad laboral, los roles familiares, la vejez, el amor en sus diversos modos. Muy complejo querer contar tanto y hacerlo con tanto acierto. Y además, un tipo de machismo que nunca antes había visto retratado.

Se trata de un machismo poco estético, menos violento y basado en hombres bondadosos. Es un rol muy común, pero poco criticado, que aquí se pone de relieve. El abuelo es alguien a quien han hecho todo, que no asume responsabilidades, que está, pero no puedes contar con él. No es hostil, es cariñoso, hace bromas y hasta ha sufrido también sus problemas. Pero se le echa en falta. Por eso una perspectiva femenina es necesaria también en estos relatos, en realidad, sobretodo en estos relatos.

Cuánto amor rebosa Cinco lobitos. Cuánto amor nos queda por dar cuando las relaciones ya están enquistadas en esa discusión sin contenido, en esos gestos de hartago. Y qué poco lo mostramos, con lo bien que nos vendría.

Aplaudamos a Alauda Ruiz de Azúa, ha retratado muchas cosas, muy bien, en una sola película.
Bellísima.