Puesto que hay muchas maneras de interpretar la realidad y cada uno es libre de hacerlo a su manera, Kon Ichikawa hizo uso de esa libertad para enseñar como él quiso el final de la guerra para un puñado de soldados japoneses que la paz los pilla deambulando por las selvas de Birmania. Creo que es importante subrayar la decisión de Kon Ichikawa, que no quiere tiros en la nuca, no quiere represalias, ensañamiento con los prisioneros, hambre y enfermedades. O al menos, no en su versión más cruda. Que la guerra es muy perra y que el ser humano se puede convertir en un demonio ya lo sabemos, y muy posible el realizador de "El arpa birmana" mejor que nadie.

No hacía mucho que Japón había claudicado y entre ruinas empezaba a aparecer la esperanza de mejores tiempos, así que bienvenida una película como "El arpa birmana", a la que no me gustaría etiquetar como 'antibelicista', aunque lo sea, casi prefiero decir que es una bonita historia, que es humana y que transmite esperanza. El soldado Mizushima quiere volver a casa, de eso nadie tiene duda, pero antes de eso se ve empujado por un imperativo espiritual a llevar a cabo una tarea que le obliga a aplazar su viaje de vuelta a casa. Nadie sabe, ni él mismo, cuánto tardará en cumplir con ese encargo, pero creo que todo aquel que llegue al final de la película con la necesidad imperiosa de entender las razones del soldado Mizushima por hacer lo que hace, quedará más que satisfecho con las palabras de su carta.

Monoteísta, politeísta, ateo o lo que cada uno crea que es, es evidente que nadie se muestra indiferente ante la muerte, ante los muertos. El soldado Mizushima, además de tocar el arpa como los ángeles, es coherente y fiel a lo que de repente nace dentro suyo. Así que no puedo hacer otra cosa aprobar con buena nota una película que teniendo presente el mal rollo de la guerra lo que pretende es rodearla y ofrecer otro punto de vista a través de una bonita historia.