Me cuesta poco confesar la antipatía que me ha producido siempre el género de animación, una confesión que es menos desagradable realizar cuando es para anteponer mi gran excepción en esto de los dibujitos animados, que no es otro que el trabajo de Miyazaki. Por lo normal en mí, estas películas son de suspenso inmediato, sin embargo, Miyazaki suele convencerme por su colosal ritmo, su inacabable imaginación y sus sanos mensajes. La suma de todo lo bueno que puede ofrecer no se encuentra desafortunadamente en su "El castillo en el cielo", y es que para mí peca de excesivo infantilismo y su mensaje, lamentándolo también, queda en el aire, nunca mejor dicho.

Lo que no se le puede negar a este hombre es su originalidad, con esos cacharros en el aire, esos trenes al borde del descarrilamiento y unos personajes que rebosan emociones, tanto los malos por un lado como los buenos por otro. La empatía que suele aparecer entre el espectador y sus protagonistas aquí es inequívoca, a través en este caso de una niña que se ve envuelta en un lío maravilloso, con una isla que flota en el aire (menuda faena, todos hemos leído Laputa y... ooops!!! menos mal que no lo pronuncian como lo leímos..) y una tecnología incomprensible que esconde en su interior, con la naturaleza flotando por ahí también y los brincos acostumbrados de los buenos para salvarse de los malos.

Para mí es menor porque es demasiado infantil, no esconderé que lo he pasado bien en su primera parte, pero por lo que había visto hasta hora, hablo de los casos de "La princesa Mononoke" y "Nausicaa del valle viento", muy por encima, esperaba bastante más.