En este caso a Coppola le pasa como a la mayoría de los directores de teatro en la actualidad: ante el autor muerto ellos se erigen como autores absolutos, de manera que no hay mejor autor que uno bien muerto, preferentemente de otro siglo, para que no se queje de la libre versión que en su nombre hará el director en compañía de uno o varios guionistas sumisos.

Poco y nada tiene que ver esta versión con el Drácula de la novela original. Pero, sin embargo, he de reconocer que mientras la obra literaria se mantiene estupenda y rozagante a través del tiempo, Coppola logra una muy buena película: un tortuoso clima romántico bien cargado de exótico vampirismo, en un punto elegante de erotismo nunca consumado y de interpretación fidedigna de la persecución de Von Helsing.

Entre unos y otros, se logra un material único en la historia del cine coppoliano, pues por primera y única vez se permite hincar los colmillos en el género fantástico y lo hace hasta extremos inauditos.

Cuenta con un equipo de envidiable calidad, en el que la habitual inoperancia de Reeves o la también habitual sosería de Winona, cumplen de maravillas con sus personajes, así como el amargo y violento Gary Oldman permite vislumbrar un conde magistral, mientras Hopkins cumple tímidamente, tal vez avergonzado por emular a Laurence Olivier, último gran Helsing en la formidable "Drácula" de John Badham de 1979.

Vale la pena jugar a reconocer a Monica Belluci y Tom Waits, y disfrutar de la ostentosa banda sonora bien regada por una voz final inolvidable.