Los críticos la amaron, pero la serie pronto cruzaría Los Mares Divisorios para enfrentarse a los peores enemigos que tienen las artes: los acólitos incondicionales del material original, los también llamados incapaces de distinguir adaptación y obra, que dicen haber absorbido el tuétano de Tolkien y que tienen ganas de demostrar lo mucho que saben sobre palabras raras y gente inventada. También están por ahí los que dicen ser el azote del progresismo impostado, pero que en realidad solo quieren ser escuchados para que se les valore como nunca se les ha valorado. Ni Jordan Peterson ni Andrew Tate están de su lado, pero ellos creen que si.

La serie cruza los mares y ante estos seres se encuentra, que ya han visto el trailer, y tienen prácticamente hecha la crítica. Verán los primeros minutos para que una tensión digna del existencialismo danés les pase por el corazón y les obligue a subir la crítica ya. "Súbela, súbela". Lo harán. La serie ha acabado para ellos, y ni siquiera se ha emitido un cuarto de ella. La crítica está subida. La culpa es de Amazon, por querer ganar dinero. La culpa es los actores, por existir, y cosas semejantes serán escuchadas. Son marxistas, son héroes y son leyendas. Pero espera, resulta que había una serie. En un principio, había una serie. Es verdad, esto no iba de lo que decían sobre ella. "La serie estaba bien", clamaba la voz omitida de la sensatez fenomenológica que ha apagado la masa iracunda. Igual de bien que cualquier serie que quieras ver durante unas semanas y luego olvidarte de ella.

En fin, todo molaba más cuando no había redes sociales.