Daniel Day-Lewis es un descomunal intérprete con algunas particularidades que le hacen más grande aún (huye de periodistas y del cine excesivamente comercial, y se prodiga muy poco, entre otras cosas). Por desgracia para el mundo del cine, ha anunciado su retirada con esta película.
Ahora bien, me vuelvo a preguntar por enésima vez en mis críticas. ¿Puede bastar la presencia de un buen actor para dar valor a una película en la que todo lo demás no merece la pena? Pues mucho me temo que esta es una de esas veces en las que no.
El personaje principal es un sastre (o diseñador, que no me ha quedado claro entre bostezo y bostezo), y la historia es un drama romántico con toques de época. Solo con esa premisa yo huiría como la compañía del anillo en Moria para seguir el consejo de Gandalf, pero haciéndola Day-Lewis, había que verla sí o sí.
Los parsimoniosos y escasos diálogos, aliñados con una música de piano muy cargante, acompañan el empalagoso enamoramiento de los protagonistas.
Es un film tan calmado que cuando van a la cama las ovejas le cuentan a él (frase de "El último golpe" de David Mamet). Es lento, y más silencioso que la protagonista de "La forma del agua". La vida de este hombre me resulta igual de interesante que ver crecer a una planta en tiempo real.
No es más que dos horas de charla insustancial, pruebas de vestidos, sesiones de costura y tedio concentrado.
¿Qué demonios me puede importar el actor o la fotografía si estamos hablando de la insulsa historia de amor de un modisto?
El vacío argumental (no pasa prácticamente nada) y mi enorme esfuerzo por no quedarme dormido viéndola pesan más que lo poco bueno que tiene. Me parece tan poco digna de empatía y tan falta de inmersión que me dio pena no tener ropa para planchar mientras la veía, lo cual habría sido una pérdida de tiempo menor, esperando un cambio a mejor que no llega nunca.
Lástima de colofón a la carrera de este hombre. Otro día mejor me pongo a ver al mohicano o al carnicero de "Five points".
¡Absolutamente infumable!