El género judicial es complicado. Aunque a lo largo de los años ha habido títulos muy interesantes, está claro que si no se cuida mucho el reparto y sobre todo el argumento, de lo que hay más posibilidades es de que nos aburramos mortalmente viendo a gente enchaquetada hablando.
Egoyan no ha sabido hacerlo bien. No se ha enterado de que una película tiene que entretener, y no dar sueño como hace ésta.
Se ha limitado a narrar tal cual un suceso real, pero con un estilo más propio de telefilm de sobremesa que de buen thriller.
Para empezar, el reparto no es gran cosa. Si exceptuamos a Reese Whiterspoon, que está sobradamente a la altura en los momentos más dramáticos, los demás se limitan a recitar textos, y alguno como Kevin Durand a hacer literalmente de tonto.
Me remito a lo que dije antes. “Algunos hombres buenos” podría haber sido insufrible si Cruise y Nicholson no hubieran estado ahí. Aquí no se ha tenido en cuenta.
En cuanto al caso en sí mismo, tampoco es nada del otro mundo. Al principio, la historia parece que va a estar bien con su planteamiento. Pero luego la investigación no mantiene el interés, y todo deriva en uno de los juicios cinematográficos más lentos aburridos que he tenido el honor de sufrir. Nada que ver con “El juez” o con cualquier adaptación de John Grisham.
Otro fallo importante es que cuando los testigos y acusados están declarando, casi todo el rato lo que se ve son sus propias declaraciones. Quiero decir que el director prácticamente no hace uso de recreaciones que reflejen lo que están contando y que den variedad al argumento. Esto es un grave error, porque al final lo único que hacen en toda la película es hablar y hablar.
El film no es más que un tedioso y larguísimo juicio con muy poco interés, y que estoy seguro que en menos de una semana se me habrá olvidado por completo.