Un viaje convencional a través de la psique humana tomando como punto de inspiración el Camino de Santiago y todas las vicisitudes que ello conlleva. Así, las mismas piedras que el protagonista, un estupendo Martin Sheen (El Ala Oeste de la Casa Blanca), encuentra en el camino real también las halla en el ámbito mental. Con esta premisa de redención y liberación del alma, Emilio Estévez (Bobby) dirige con acierto a su padre y a sí mismo en una película que es un homenaje al Camino de Santiago y a los peregrinos que buscan cumplir algún objetivo o penitencia.
A pesar de no poseer la baza de sorprender y ser lineal, cuenta con una buena fotografía y se convierte en una guía atractiva del camino de cara al público que es desconocedor de esta grata y mágica experiencia. También cuenta una historia que alcanza al espectador, y a pesar de que a veces parece diluirse, siempre logra encontrar el norte con la brújula que los actores portan. Es un drama, pero el buen corazón llena la pantalla; las singularidades de los personajes que pululan por la cinta son otro punto a su favor y la influencia de este grupo tan internacional logra calar en la férrea personalidad del protagonista. Con esta "indeseada" compañía, el peso del camino se hace más leve si cabe a pesar de la enorme losa que porta el protagonista. A Sheen le acompañan Deborah Kara Unger (The Game), James Nesbitt (Lucky Man), Tcheky Karyo (El Beso del Dragón) o Ángela Molina (La Valla).
Estévez hace una película sencilla, de buenas intenciones y con un respeto reverencial al camino que le da nombre. A pesar de esa falta de intenciones más oscuras y profundas, la psique sigue estando presente, aunque sea de forma amable.