Se basa en las memorias del padre Gabriele Amorth, un sacerdote que ejerció como exorcista principal del Vaticano, realizando más de cien mil exorcismos a lo largo de su vida. La trama se centra en uno de sus casos más difíciles, el de un niño estadounidense que hereda una abadía maldita en España y que es poseído por un demonio que tiene una conexión con el Vaticano.

Intenta combinar el terror sobrenatural con el thriller conspirativo, pero no logra crear una atmósfera convincente ni una historia coherente. El director Julius Avery recurre a los clichés del género, como los sustos fáciles, los efectos especiales exagerados y las escenas de exorcismo violentas y grotescas. El guion es confuso y lleno de agujeros, y no profundiza en los personajes ni en sus motivaciones. El reparto es desaprovechado, especialmente Russell Crowe, que interpreta al padre Amorth con una sobreactuación que roza lo ridículo.

No consigue transmitir el horror ni la fascinación que supone el fenómeno de la posesión demoniaca, ni tampoco ofrece una visión crítica o reveladora sobre la Iglesia y sus secretos. Se queda en una superficial y predecible imitación de El exorcista (1973), sin aportar nada nuevo ni original al género.