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Voto de Argoderse:
8
Thriller. Drama. Comedia Hollywood, años 60. La estrella de un western televisivo, Rick Dalton (DiCaprio), intenta amoldarse a los cambios del medio al mismo tiempo que su doble (Pitt). La vida de Dalton está ligada completamente a Hollywood, y es vecino de la joven y prometedora actriz y modelo Sharon Tate (Robbie) que acaba de casarse con el prestigioso director Roman Polanski. (FILMAFFINITY)
24 de julio de 2019
175 de 270 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es noticia que Quentin Tarantino tiene intención de abandonar el cine una vez que haya rodado su décima película. Así lo ha manifestado públicamente y es de sobra conocido por sus fans y detractores. Tal vez por ello, porque el fin de una forma diferente de hacer cine se acerca, cada estreno o proyecto que gira en torno al director de Pulp Fiction se convierte en un evento mundial de proporciones colosales.

Porque una cosa es innegable, Quentin Tarantino es al cine lo que Caravaggio a la pintura. Un exponente, un icono, una revolución dentro del séptimo arte. Es innegable que su irrupción en la industria marcó un antes y un después. Son pocos los capaces de crear un universo aparte dentro de un todo. Algo independiente. Algo 'tarantiniano'. Una subcultura que ha marcado a los espectadores y nuevos creadores. Es decir, un referente.

Y en eso se ha convertido gracias al cine. Siempre lo ha confesado. Desde sus primeros pasos en el videoclub a la multitud de alusiones cinematográficas que aparecen en todas sus películas. Continuamente y a la más mínima aparecen guiños a obras maestras del séptimo arte o de serie B. Incuestionable la influencia del spaghetti western y el neo-noir en todos y cada uno de sus trabajos. Así como una violencia que roza lo extremo o diálogos punzantes, ingeniosos y que memorizas de un plumazo.

Pero quizá faltaba algo en ellos. Algo más personal. Más humano. Y eso que los grandes personajes de la filmografía de Tarantino están dotados de alma -escoged el que queráis-. Faltaba, digo, Érase una vez en... Hollywood, su novena película y última hasta la fecha. El filme, para mí, más personal del director nacido en Knoxville, Tennessee, el 27 de marzo de 1963. Faltaba porque, en líneas generales, se trata de una película que desarrolla más la vertiente humana de los protagonistas por encima de la acción intrínseca a todas las historias de Tarantino. La hay, sí, pero muy por debajo a lo que nos tiene acostumbrados.

Un Macguffin a lo bestia

En Érase una vez en... Hollywood, Quentin Tarantino utiliza la excusa del brutal asesinato de la actriz y modelo Sharon Tate a mano de la 'Familia Manson' para hacer una declaración de amor pública al cine y a una época que, tal vez, terminó aquel agosto de 1969. De hecho todas las promos, sí al menos la mayoría, lanzan el gancho de este cruento crimen para atraer a las masas hacia la taquilla del cine. Y solo Tarantino es capaz de utilizar algo tan macabro para convertirlo en amor al arte. Lo consigue, por cierto.

Porque en ese homenaje a una era de Hollywood, Quentin retrata a Margot Robbie como una especie de icono que representa a todo un elenco de estrellas míticas del celuloide como Bruce Lee (Mike Moh está sublime), su propio marido Roman Polanski, o el siempre eterno Steve McQueen, al que da vida Damian Lewis (Hermanos de Sangre).

Son prácticamente divinidades que discurren sus días entre rodajes, mansiones de lujo, sensualidad, fiestas interminables... En definitiva, la vida perfecta en la meca del cine. Es algo así como el Olimpo en la Tierra. Deidades que de cuando en cuando se mezclan con los mortales, que para su desgracia les van a mostrar el significado de la palabra. Sobre todo esos "putos hippies" con la 'Familia' Manson como principal baluarte del mal. Porque ya se sabe que en el Paraíso...También hay serpientes como Charles Manson dispuestas a morder.

A pesar de eso, lo realmente importante, una vez brindado el tributo, es la historia de Dalton y Booth: Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, respectivamente. Descomunales los dos. Ambos brindan interpretaciones colosales delante de la cámara de Tarantino. A través de ellos, el director muestra aquella forma de hacer cine entonces. Es un homenaje, insisto o eso me transmite a mi, a quienes levantaban cada día esa fábrica de sueños -algunos de ellos truncados- que representa Hollywood, donde nada queda al azar y todo está conectado.

Pero ese amor, como todo en exceso, quizá se vuelve algo reiterativo en los eternos rodajes por los que se mueve Dalton/DiCaprio. De ahí que el metraje se extienda a las casi tres horas cuando podía sintetizarse e introducir un poco más de chispa en forma de violencia explícita. El enfant terrible dejar de serlo por un día para ser más humano. No se lo vamos a reprochar a estas alturas, pero de vez en cuando alguna píldora en este sentido se agradece.

En definitiva, no estamos ante la mejor película de Tarantino. Pulp Fiction sigue en ese escalafón inamovible. Pero sí es la más diferente hasta la fecha. No hay una meta final. Es un camino abierto, más personal. Algo así como, llegados hasta aquí, que alguien recoja el testigo y siga hacia delante. Como aquel cine de agosto de 1969 que no murió, sino que evolucionó a otra cosa, la obra del de Knoxville perdurará en el tiempo, sí, y seguro que alguien continuará con su legado.

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Argoderse
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