Una familia integrada por un padre, una madre y una niña –Chihiro–, se trasladan en coche hacia la que será su nueva residencia a partir de entonces, para disgusto de la hija. Durante el trayecto, se equivocan de camino y, tras internarse en un túnel, van a parar a lo que parece un parque temático, aislado en el campo y que parece abandonado. Por motivos que escapan a su razón, Chihiro se siente recelosa y asustada en aquel lugar, sin embargo sus padres, cansados y hambrientos por el largo viaje, deciden explorar el paraje. Guiados por un apetecible aroma a comida, se detienen en un restaurante en el que no hay más rastro de vida reciente que unas enormes bandejas con suculentos y humeantes manjares... cuando descubre que sus padres han sido convertidos en cerdos, Chihiro descubrirá, sola y asustada, un mundo donde pasan cosas extrañas; un universo en el que no hay lugar para los humanos, sólo existen dioses de primera y segunda clase. Chihiro tendrá que emprender un viaje fantástico de aprendizaje para poder recuperar a sus padres y volver a su mundo.
El maestro japonés Hayao Miyakazi (el de Heidi y Marco) alcanza la perfección de estilo en este cuento fantástico animado a la manera tradicional y épica. Una de las grandes virtudes de esta pequeña maravilla es que derriba las barreras de la animación llevando el género a un plano universal. Hay tiempo para todos los géneros –aventura, drama, humor, amistad, amor... –, con una desbordante habilidad para crear toda la fantasía, una fuerza enorme y unos toques de humor entrañables. El viaje de Chihiro –la película más taquillera en la historia de Japón- ganó el Oscar y el Oso de Oro en Berlín.
Después de sobredosis de películas de Disney en la infancia de cualquier niño, algunas películas mejores que otras (pero todas con su moraleja final de cuento, con los malos malísimos y los buenos héroes), El viaje de Chihiro es una experiencia distinta. Y que dos horas largas de mundos, personajes y filosofías que nos son ajenos -salvo los aficionados como la compañera con la que vi la película-, se hagan cortas, dice mucho de la película. Llena de momentos tiernos, cómicos, aterradores (mi pesadilla personal, la del espectro negro con la máscara blanca)... Un monumento a la imaginación, a la inspiración, a la creación, al arte.
Una historia imaginativa, lúcida y profunda cuya amenidad -y disfrute- depende de la tolerancia del espectador a la fantasía más extraña. Nuevo umbral del genio humano y una experiencia imprescindible no sólo para los amantes del género, sino para los que todavía creen en los cuentos de hadas -o de espíritus-.