En "El camino" todo fluye. Todo parece natural y espontáneo, salvo alguna escena muy concreta protagonizada por la comunidad gitana*(1) y algún que otro personaje exagerado, como el escritor, pero por lo demás, Emilio Estévez ha creado un viaje espiritual que me emocionó sin tener casi nada especial, más que la vida brotando en pantalla. Y en mi país, ese es otro éxito.

Ninguno o muy pocos clichés vi en la película respecto a España. Se nota a la legua que la familia Estévez-Sheen es oriunda de Galicia, del mismo modo que se nota que esto es un homenaje a alguien muy querido, el abuelo, y de paso a su padre, Martin Sheen, que jamás ha destacado por la calidad de sus interpretaciones ni de sus películas. Y aquí brilla como nunca con un papel a medida, todo sea dicho.

"El camino" está hecha con un mimo, un buen gusto y una emotividad verdaderamente encomiables, mezclando drama y comedia sin parar, logrando que las incorporaciones a ese viaje de otros peregrinos igual de fastidiados que el prota resulten fluidas y nada forzadas: el adorable holandés, la otrora explosiva canadiense y también el escritor irlandés en blanco. Tres personajes a los que llegué a querer. Sus intérpretes están más que correctos.

Los paisajes de Navarra, Castilla y León y Galicia... Pues para morirse del gusto, y eso que yo soy mediterráneo hasta la médula. La catedral de Burgos, otro nivel, y el océano Atlántico, indescriptible. El éxito de "El camino" radica en su sencillez más absoluta, y de ahí sólo crece y crece, pues todos sus elementos están puestos al servicio de la historia. Concluyo como he empezado: todo fluye en este camino de Santiago.