La mejor película de Nolan, Inception, es un clásico instantáneo que pide una segunda visionada en el mismo instante en que termina.
Es una bola de nieve.
En lo alto del acantilado, el director enreda una masa compuesta por drama, intriga y acción, lo envuelve cuidadosamente en varias capas de ciencia-ficción y lo arroja al vacío con una sonrisa envenenada.
Comienza de manera extraña, casi fría, pero enseguida empieza a rodar, coger cuerpo y velocidad, hasta que se convierte en una avalancha de cine puro.
Cuando termina, te das cuenta que estás al borde de otro acantilado todavía más peligroso, ante el vacío de la reflexión y la comprensión.

El casting y las interpretaciones son sobresalientes.
Marion Cotillard, Cillian Murphy y Leonardo DiCaprio desaparecen y en su lugar emergen tres personajes memorables.
El guión, con el ritmo que pide la historia, desarrolla unas ideas originales que bien podrían haberse transformado en una serie.
Los efectos especiales están al servicio de la narración, y no al contrario, evitando el defecto más común de las superproducciones.
La narración, marca Nolan, inimitable y soberbia, te sumerge directamente en el mundo de los sueños, y para evitar el "efecto Lynch", Nolan establece una serie de reglas de manera muy astuta, poco a poco.

Sus defectos son una banda sonora que cumple pero que no alcanza el nivel de los demás apartados, y un exceso de acción que no ensombrece el conjunto porque es gloria bendita.
Sus virtudes, una película para todos los públicos que fascina, intriga y emociona cuya elaboración está reservada únicamente a los genios.
Y hoy por hoy, Nolan es el padre de todos ellos.

Amén.