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Drama
A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
20 de junio de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La brisa marina trae canciones perdidas por encima de las olas. El llanto de una madre pide justicia en tierra de tiranos, lugartenientes protegidos por la ley. Los señores feudales, corrompidos por el poder, ya sólo añoran su fortuna y la de sus inferiores, para ellos quien no tenga nada bien puede morir como esclavo. ¿Quién protegerá a sus hijos, arrebatados de sus manos por desalmados impunes? ¿Dónde están los hombres justos como su desaparecido marido? El planto ahogado llega a oídos de los oprimidos. La mecha de la revolución comienza a arder en el corazón de los que ya no tienen nada que perder.
Inspirados en el teatro tradicional, los escenarios de Mizoguchi, muy limitados, transforman el cuadro noh en una estampa paisajística de gran realismo. Los límites establecidos por la cámara son más que respetados por los actores, que se mueven con soltura dentro de un shite imaginario. Quizás debido a esta gran semejanza con las obras dramáticas el director de cine Terrence Malick adaptó El intendente Sansho para teatro, siendo la primera función en 1993 en la Academia de Música de Brooklyn.
Los parajes naturales se dejan contemplar, dando mayor fuerza a las acciones de los personajes, que se perciben más que trascendentes, como el secuestro o el suicidio. La contemplación de los sucesos es siempre un deleite visual gracias al cuidado que se da a los detalles. Todo momento que da un giro a la trama gana fuerza gracias a una iluminación y una puesta en escena preciosistas, que aportan una belleza mórbida a la tragedia.
Cabe decir que el papel de la mujer es muy importante en la filmografía de Mizoguchi: a pesar de soportar dolores inconmensurables siempre salen adelante con una fortaleza envidiable. Las damas que retrata Mizoguchi son los primeros símbolos feministas del cine japonés.
Como si un tsunami hubiese arrasado con la conciencia nipona, Zushio y Tamaki se abrazan, sabiendo que pueden ser las únicas personas caritativas en un mundo cegado por la ambición y las almas corruptas. Ya no hay canción que los guíe. Su futuro es incierto. Se abrazan porque sólo se tienen el uno al otro, y nada más.
Inspirados en el teatro tradicional, los escenarios de Mizoguchi, muy limitados, transforman el cuadro noh en una estampa paisajística de gran realismo. Los límites establecidos por la cámara son más que respetados por los actores, que se mueven con soltura dentro de un shite imaginario. Quizás debido a esta gran semejanza con las obras dramáticas el director de cine Terrence Malick adaptó El intendente Sansho para teatro, siendo la primera función en 1993 en la Academia de Música de Brooklyn.
Los parajes naturales se dejan contemplar, dando mayor fuerza a las acciones de los personajes, que se perciben más que trascendentes, como el secuestro o el suicidio. La contemplación de los sucesos es siempre un deleite visual gracias al cuidado que se da a los detalles. Todo momento que da un giro a la trama gana fuerza gracias a una iluminación y una puesta en escena preciosistas, que aportan una belleza mórbida a la tragedia.
Cabe decir que el papel de la mujer es muy importante en la filmografía de Mizoguchi: a pesar de soportar dolores inconmensurables siempre salen adelante con una fortaleza envidiable. Las damas que retrata Mizoguchi son los primeros símbolos feministas del cine japonés.
Como si un tsunami hubiese arrasado con la conciencia nipona, Zushio y Tamaki se abrazan, sabiendo que pueden ser las únicas personas caritativas en un mundo cegado por la ambición y las almas corruptas. Ya no hay canción que los guíe. Su futuro es incierto. Se abrazan porque sólo se tienen el uno al otro, y nada más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
“Si una persona no siente la caridad, no es una persona”
El intendente Sansho, tiránico jefe administrativo a las órdenes de un cruel shogun, es un ser inmisericordioso que se ha elevado a sí mismo a un estado de oscura divinidad, pues en su mano está el decidir sobre la vida de cientos de personas que él y sus hombres tratan como a alimañas. Zushio, recordando las palabras de su justo padre, sufre su primera desilusión al descubrir que la caridad, una faceta indispensable, no sirve de nada cuando eres un mero esclavo, cuando no eres nada. El honor, una máxima nipona, sólo está en manos de quien lo compra.
“Todos los seres humanos son iguales y no se les puede privar de la libertad”.
Las diferencias de poder entre la plebe y la clase política se hacen patentes cuando Zushio descubre la autoridad que le otorga el puesto de gobernador de Tango. La libertad que él otorga a los esclavos es un privilegio en el Japón del siglo XII.
“Incluso ante tu enemigo hay que sentir caridad”.
Tan pronto Zushio descubre que la mansión de Sansho ha sido devorada por las llamas, se da cuenta de que su enemigo ha sido castigado desmesuradamente.
El descontrol de sus actos lo lleva a la isla de Sado, donde su madre, envejecida y hundida, se deja morir en una chavola de madera. Abrazados y bañados en lágrimas, se dan cuenta de que a pesar de todos los sacrificios han perdido más de lo que han ganado. Su recuperada libertad, la frágil abolición de la esclavitud y su reunión materno-filial no son nada al lado de todas las pérdidas, su padre, su hermana Anju, su honor y su tierra.
El intendente Sansho, tiránico jefe administrativo a las órdenes de un cruel shogun, es un ser inmisericordioso que se ha elevado a sí mismo a un estado de oscura divinidad, pues en su mano está el decidir sobre la vida de cientos de personas que él y sus hombres tratan como a alimañas. Zushio, recordando las palabras de su justo padre, sufre su primera desilusión al descubrir que la caridad, una faceta indispensable, no sirve de nada cuando eres un mero esclavo, cuando no eres nada. El honor, una máxima nipona, sólo está en manos de quien lo compra.
“Todos los seres humanos son iguales y no se les puede privar de la libertad”.
Las diferencias de poder entre la plebe y la clase política se hacen patentes cuando Zushio descubre la autoridad que le otorga el puesto de gobernador de Tango. La libertad que él otorga a los esclavos es un privilegio en el Japón del siglo XII.
“Incluso ante tu enemigo hay que sentir caridad”.
Tan pronto Zushio descubre que la mansión de Sansho ha sido devorada por las llamas, se da cuenta de que su enemigo ha sido castigado desmesuradamente.
El descontrol de sus actos lo lleva a la isla de Sado, donde su madre, envejecida y hundida, se deja morir en una chavola de madera. Abrazados y bañados en lágrimas, se dan cuenta de que a pesar de todos los sacrificios han perdido más de lo que han ganado. Su recuperada libertad, la frágil abolición de la esclavitud y su reunión materno-filial no son nada al lado de todas las pérdidas, su padre, su hermana Anju, su honor y su tierra.