¡Cómo suenan los violines cuando el coronel Marlowe (John Wayne) se pone de relieve a las orillas de río! Hay que saber apreciar cómo se aprovechan todos los elementos que posee la trama de Misión de Audaces para saber del estilo de un director. ¡Cómo se exaltan los valores castrenses con el humor y la caballerosidad! Que no es nada sencillo, hay que estar mucho en el tema para que las escenas no queden en nada.

Y ello se debe a que John Ford ha sabido, inteligentemente, hacer que una frágil dama sudista acompañe a la expedición yanqui con la excusa perfecta. Cada secuencia, cada tramo, cada incidente en Misión de Audaces, es una película, y la película de la llegada a la mansión de la distinguida dama sudista, y el trato irónico con el que los oficiales son recibidos, no tiene desperdicio. Ahí ya va una película entera y no dejas nada al aire. ¿Alita o pechuga? Te envuelve el ofrecimiento en un halo de humor soterrado digno de apreciarse. Se mezcla todo: compromiso, caballerosidad, clase...

Cada tres pasos, John Wayne pega una patada. ¿Es cabreo, es hiperactividad, es ver a una rubia en su regimiento? Lo que sea, pero es un perfecto detalle que aumenta la virilidad de esta inmensa película. No nos preocupemos nada más que de los dos mundos que están destinados a chocar viniendo desde puntos tan lejanos. John Wayne estuvo en todas las batallas, no cabe duda, y la mujer sudista lo está ahora, tan valerosa como el que más; y los actos de valor, que conste, Ford los reparte por todos los lados. Dirección, guion, actores... Profesionalidad por los cuatro costados.

Y sonarán violines pero cuando al coronel le pegan un tiro. Al rato sale por la puerta del botiquín y los soldados que lo ven se quedan anonadados:

-¡Mil rayos encendidos, ya está de pie!