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Voto de Vivoleyendo:
8
5 de octubre de 2007
50 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
De acuerdo, chicos. Habéis ganado. Me rindo. La segunda parte de la saga me ha gustado. Lo reconozco.
Nunca creí que diría eso de alguna película de Tarantino, y creo que será la última vez que lo diga, así que empapaos bien, chicos: me ha gustado una película de Tarantino. De hecho, antes de esta segunda parte, la primera parte de Kill Bill era la única de Quentin que no me parecía deleznable.
En fin, confesiones aparte, creo que estoy en disposición de empezar.
Lo que realmente me ha atrapado de "Kill Bill 2" es el hecho de centrarse en el pasado de Beatrix y Bill, y sobre todo en los orígenes y fundamentos de su relación de amor y odio. Lejos de centrarse en cansinas escenas de peleas y huecas parafernalias de artes marciales, nos ha entregado una historia intensa y profunda, con lo diálogos más interesantes y, me atrevería a decir, más sobrios y casi poéticos de lo que jamás he escuchado en una película de Quentin. En lugar de las consabidas frases recargadas de palabrotas y estupideces para causar efecto a través de lo soez, me he encontrado con un guión notable, inteligente, filosófico, duro pero no hasta el extremo de lo desagradable y, en ocasiones, dulce, ocultando un caramelo envenenado, porque en una historia como ésta lo dulce siempre viene acompañado por un fondo de amargura, de amenaza latente. Probablemente eso haga que la trama sea aún más fascinante.
O tal vez debería comentar que no sé si me ha fascinado todavía más esa faceta encantadora de Bill. El asesino despreciable, frío y despiadado que sin embargo es capaz de sentir amor por la única mujer a la que admira, cuyos sentimientos por ella rayan en la veneración. El asesino que es capaz de apreciar la belleza que pese a todo hay en esta vida. La extraordinaria complejidad del personaje actúa como un imán y hace que no lo miremos simplemente como al asesino, sino como al ser humano imperfecto que es. Y, comprendiendo sus orígenes, el modo en que se gestó en él el hombre que deparó en asesino por las circunstancias, por tener que aplicarse a la ley de la selva: matar para que no te maten. Matar como medio de defensa de tu propia vida cuando vives en un nido de serpientes... Como decía, cuando realmente lo comprendemos es cuando surge en nosotros el reconocimiento e incluso el respeto.
Los orígenes de la venganza de Bill y Beatrix Kiddo nos envuelven de lleno en la que antes nombré como su relación de amor y odio. Descubrimos el proceso por el que el amor desembocó en odio y pese a todo el amor sigue presente, palpable y sólido como un muro. ¿Cómo puedes amar a tu némesis? ¿Cómo puedes amar a tu peor enemigo y más devoto amante? ¿Cómo puedes odiarlo?
Si existe algún honor en la venganza, es el de admirar las cualidades de tus adversarios y el hecho de que ellos admiren las tuyas. Sobre todo si, tanto unos como otros, saben que son rivales formidables.
Sigo en el spoiler.
Nunca creí que diría eso de alguna película de Tarantino, y creo que será la última vez que lo diga, así que empapaos bien, chicos: me ha gustado una película de Tarantino. De hecho, antes de esta segunda parte, la primera parte de Kill Bill era la única de Quentin que no me parecía deleznable.
En fin, confesiones aparte, creo que estoy en disposición de empezar.
Lo que realmente me ha atrapado de "Kill Bill 2" es el hecho de centrarse en el pasado de Beatrix y Bill, y sobre todo en los orígenes y fundamentos de su relación de amor y odio. Lejos de centrarse en cansinas escenas de peleas y huecas parafernalias de artes marciales, nos ha entregado una historia intensa y profunda, con lo diálogos más interesantes y, me atrevería a decir, más sobrios y casi poéticos de lo que jamás he escuchado en una película de Quentin. En lugar de las consabidas frases recargadas de palabrotas y estupideces para causar efecto a través de lo soez, me he encontrado con un guión notable, inteligente, filosófico, duro pero no hasta el extremo de lo desagradable y, en ocasiones, dulce, ocultando un caramelo envenenado, porque en una historia como ésta lo dulce siempre viene acompañado por un fondo de amargura, de amenaza latente. Probablemente eso haga que la trama sea aún más fascinante.
O tal vez debería comentar que no sé si me ha fascinado todavía más esa faceta encantadora de Bill. El asesino despreciable, frío y despiadado que sin embargo es capaz de sentir amor por la única mujer a la que admira, cuyos sentimientos por ella rayan en la veneración. El asesino que es capaz de apreciar la belleza que pese a todo hay en esta vida. La extraordinaria complejidad del personaje actúa como un imán y hace que no lo miremos simplemente como al asesino, sino como al ser humano imperfecto que es. Y, comprendiendo sus orígenes, el modo en que se gestó en él el hombre que deparó en asesino por las circunstancias, por tener que aplicarse a la ley de la selva: matar para que no te maten. Matar como medio de defensa de tu propia vida cuando vives en un nido de serpientes... Como decía, cuando realmente lo comprendemos es cuando surge en nosotros el reconocimiento e incluso el respeto.
Los orígenes de la venganza de Bill y Beatrix Kiddo nos envuelven de lleno en la que antes nombré como su relación de amor y odio. Descubrimos el proceso por el que el amor desembocó en odio y pese a todo el amor sigue presente, palpable y sólido como un muro. ¿Cómo puedes amar a tu némesis? ¿Cómo puedes amar a tu peor enemigo y más devoto amante? ¿Cómo puedes odiarlo?
Si existe algún honor en la venganza, es el de admirar las cualidades de tus adversarios y el hecho de que ellos admiren las tuyas. Sobre todo si, tanto unos como otros, saben que son rivales formidables.
Sigo en el spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Si hay una sabia y prudente cualidad que posea un aprendiz de asesino, es la del respeto a su maestro y a sus contrincantes; sólo así podrá afrontar, con algo que podría llamarse integridad, el arduo camino.
Beatrix Kiddo se halla por encima de cualquier esbirro aprendiz de matarife porque posee integridad, sabe valorar a quién se enfrenta y perdona la vida de los que aún son inocentes, los que todavía están a tiempo de escapar de las garras del infierno. Como me ocurre con Bill, Beatrix me inspira... respeto. Porque todavía tiene una luz interior, porque a pesar de estar sumergida en la más negra de las tinieblas, aún le queda una oportunidad para redimirse. Su condena penderá siempre sobre ella y probablemente la peor sea la que se inflija a sí misma, pero está a tiempo de encontrar el buen camino.
Además, me ha interesado ese aspecto de la filosofía oriental de las artes marciales que se centra en el desarrollo de una resistencia que va más allá de los límites, de adquirir, a fuerza de sufrir durísimas penalidades, la cualidad de soportar y superar el dolor, la humillación, las continuas frustraciones con las que debe cargar un aprendiz que, más que artes marciales, lo que está asimilando es un control férreo de su mente y su cuerpo, para poder dominar el pánico, la tensión, el dolor físico y moral y transformarlos en un arma letal. Me llama un poco la atención esa parte de la filosofía oriental que se centra en la canalización de la energía y de la fuerza, en la dedicación absoluta para lograr que la energía y la fuerza humanas puedan concentrarse en el punto elegido de nuestro cuerpo, para convertir ese punto en un arma tan potente como eficaz. Todo ello da un sentido espiritual a las artes marciales que, de ese modo, consigue captar mi atención, como no es capaz de hacerlo un despliegue de imágenes de luchas vacías y exageradas, y eso era lo que menos me gustaba de la primera parte de la saga.
La fotografía excelente, la banda sonora es todo un acierto, rememorando a menudo ritmos setenteros (que según dicen fue una época dorada para el cine de artes marciales, yo eso no estoy en disposición de aseverarlo) y, como mencioné, el guión tiene calidad, originalidad y algunos giros poéticos y golpes de humor que se agradecen.
Por una vez, Quentin, me has convencido. Reconozco que en esta película has dado en la tecla conmigo y no negaré que ahora sí me has demostrado que eres capaz de filmar una buena película. Lo malo es que no creo que el canto del cisne se repita.
Chicos, no os regodeéis demasiado con vuestra victoria. Aún me queda un resto de dignidad y la emplearé para deciros que, por muy cabezota que yo sea, sin embargo puedo admitir mi derrota con el mentón alzado. He dicho. ;-)
P.D.: Quisiera que Beatrix Kiddo (AKA Black Mamba) inicie una contienda de venganza contra los 3000 benditos caracteres que me tienen frita... Beatrix, ven a ayudarme, cercénalos con tu Katana de Hattori Hanzo...
Beatrix Kiddo se halla por encima de cualquier esbirro aprendiz de matarife porque posee integridad, sabe valorar a quién se enfrenta y perdona la vida de los que aún son inocentes, los que todavía están a tiempo de escapar de las garras del infierno. Como me ocurre con Bill, Beatrix me inspira... respeto. Porque todavía tiene una luz interior, porque a pesar de estar sumergida en la más negra de las tinieblas, aún le queda una oportunidad para redimirse. Su condena penderá siempre sobre ella y probablemente la peor sea la que se inflija a sí misma, pero está a tiempo de encontrar el buen camino.
Además, me ha interesado ese aspecto de la filosofía oriental de las artes marciales que se centra en el desarrollo de una resistencia que va más allá de los límites, de adquirir, a fuerza de sufrir durísimas penalidades, la cualidad de soportar y superar el dolor, la humillación, las continuas frustraciones con las que debe cargar un aprendiz que, más que artes marciales, lo que está asimilando es un control férreo de su mente y su cuerpo, para poder dominar el pánico, la tensión, el dolor físico y moral y transformarlos en un arma letal. Me llama un poco la atención esa parte de la filosofía oriental que se centra en la canalización de la energía y de la fuerza, en la dedicación absoluta para lograr que la energía y la fuerza humanas puedan concentrarse en el punto elegido de nuestro cuerpo, para convertir ese punto en un arma tan potente como eficaz. Todo ello da un sentido espiritual a las artes marciales que, de ese modo, consigue captar mi atención, como no es capaz de hacerlo un despliegue de imágenes de luchas vacías y exageradas, y eso era lo que menos me gustaba de la primera parte de la saga.
La fotografía excelente, la banda sonora es todo un acierto, rememorando a menudo ritmos setenteros (que según dicen fue una época dorada para el cine de artes marciales, yo eso no estoy en disposición de aseverarlo) y, como mencioné, el guión tiene calidad, originalidad y algunos giros poéticos y golpes de humor que se agradecen.
Por una vez, Quentin, me has convencido. Reconozco que en esta película has dado en la tecla conmigo y no negaré que ahora sí me has demostrado que eres capaz de filmar una buena película. Lo malo es que no creo que el canto del cisne se repita.
Chicos, no os regodeéis demasiado con vuestra victoria. Aún me queda un resto de dignidad y la emplearé para deciros que, por muy cabezota que yo sea, sin embargo puedo admitir mi derrota con el mentón alzado. He dicho. ;-)
P.D.: Quisiera que Beatrix Kiddo (AKA Black Mamba) inicie una contienda de venganza contra los 3000 benditos caracteres que me tienen frita... Beatrix, ven a ayudarme, cercénalos con tu Katana de Hattori Hanzo...