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Voto de Vivoleyendo:
10
6.6
24,517
Romance. Drama
Elizabeth (Norah Jones) es una joven que comienza un viaje espiritual a través de América en un intento de recomponer su vida tras una ruptura. En el camino, enmarcada entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66, la joven se encontrará con una serie de enigmáticos personajes que le ayudarán en su viaje. (FILMAFFINITY)
30 de marzo de 2008
75 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y llegó otra campanada del cineasta hongkonés. Si ya se había consagrado en la filosofía del desencuentro y de la búsqueda y pérdida del esquivo amor en "In the mood for love", "2046" y "Days of being wild" (para mí sus mejores obras junto con la presente), en "My blueberry nights" coloca el broche a una inspiración profusa y variopinta con los exponentes comunes de su cine.
Le fascina la noche. Tanto como le entristece. No importa si el escenario es Hong Kong, o Nueva York, o Memphis, o una ciudad de Nevada. Noches de neón, de calles mojadas de lluvia, casi desiertas. Los trenes circulando y atronando en el silencio, indiferentes. Resplandores de rojos, azules, verdes.
La fotografía posee una individualidad característica y un encanto que encandila y remueve. Experimenta, juega con los encuadres, con los ritmos sincopados, ralentizados y acelerados, se desenfoca con su objetivo inquieto que raras veces parece encontrar lo que busca. Porque tal vez lo que busca es imposible de cazar al vuelo con un fotograma. Tal vez intenta, ambiciosamente, encontrar un modo de fotografiar las almas y nunca termina de lograrlo.
Como esas personas que siempre persiguen algo que se escapa.
Jeremy regenta en Nueva York su café especializado en pasteles para postres. Él espera junto con esas llaves que muchos clientes se dejan olvidadas. Llaves que ofrecen la posibilidad de abrir puertas y corazones. Jeremy aguarda su posibilidad y recuerda la historia de cada llave abandonada. Pero no hay llave más especial que la de Elizabeth, quien acude a su local quizás en busca de compañía, de consuelo y de olvido. Entre pasteles de arándanos y helados, ella va forjando la determinación de marcharse en pos de su propio rastro extraviado. Para restaurar por el camino sus pedazos rotos. Y Jeremy contempla sin pestañear su angelical rostro dormido sobre el mostrador y con los labios manchados de helado, ambicionando robarles algún beso.
Quienes trabajan en cafés y bares saben mucho acerca del áspero aislamiento de los corazones y de las penas ajenas, como un espejo de las propias. Muy bien lo sabe Jeremy, y así lo reafirma Elizabeth en su viaje. Las barras de los bares siempre albergan a algún pobre diablo que se ahoga en alcohol. Como Arnie. Su desamor crudo y desgarrador tiene la figura de una mujer de rompe y rasga, Sue Lynne, con las bellísimas facciones de Rachel Weisz.
Y continúa el viaje hacia lo desconocido. Natalie Portman y sus noches ludópatas, fingiendo tener un corazón más duro de lo que es en realidad.
Miles de kilómetros hacia la libertad y el descubrimiento. Puede que no tenga mucho sentido, pero Elizabeth se siente revivir mientras es testigo de las soledades despesperadas por aferrarse a alguna fuente de calor.
Y Jeremy siempre esperándola en Nueva York.
Le fascina la noche. Tanto como le entristece. No importa si el escenario es Hong Kong, o Nueva York, o Memphis, o una ciudad de Nevada. Noches de neón, de calles mojadas de lluvia, casi desiertas. Los trenes circulando y atronando en el silencio, indiferentes. Resplandores de rojos, azules, verdes.
La fotografía posee una individualidad característica y un encanto que encandila y remueve. Experimenta, juega con los encuadres, con los ritmos sincopados, ralentizados y acelerados, se desenfoca con su objetivo inquieto que raras veces parece encontrar lo que busca. Porque tal vez lo que busca es imposible de cazar al vuelo con un fotograma. Tal vez intenta, ambiciosamente, encontrar un modo de fotografiar las almas y nunca termina de lograrlo.
Como esas personas que siempre persiguen algo que se escapa.
Jeremy regenta en Nueva York su café especializado en pasteles para postres. Él espera junto con esas llaves que muchos clientes se dejan olvidadas. Llaves que ofrecen la posibilidad de abrir puertas y corazones. Jeremy aguarda su posibilidad y recuerda la historia de cada llave abandonada. Pero no hay llave más especial que la de Elizabeth, quien acude a su local quizás en busca de compañía, de consuelo y de olvido. Entre pasteles de arándanos y helados, ella va forjando la determinación de marcharse en pos de su propio rastro extraviado. Para restaurar por el camino sus pedazos rotos. Y Jeremy contempla sin pestañear su angelical rostro dormido sobre el mostrador y con los labios manchados de helado, ambicionando robarles algún beso.
Quienes trabajan en cafés y bares saben mucho acerca del áspero aislamiento de los corazones y de las penas ajenas, como un espejo de las propias. Muy bien lo sabe Jeremy, y así lo reafirma Elizabeth en su viaje. Las barras de los bares siempre albergan a algún pobre diablo que se ahoga en alcohol. Como Arnie. Su desamor crudo y desgarrador tiene la figura de una mujer de rompe y rasga, Sue Lynne, con las bellísimas facciones de Rachel Weisz.
Y continúa el viaje hacia lo desconocido. Natalie Portman y sus noches ludópatas, fingiendo tener un corazón más duro de lo que es en realidad.
Miles de kilómetros hacia la libertad y el descubrimiento. Puede que no tenga mucho sentido, pero Elizabeth se siente revivir mientras es testigo de las soledades despesperadas por aferrarse a alguna fuente de calor.
Y Jeremy siempre esperándola en Nueva York.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Ry Cooder, artífice de las notas lánguidas de “París, Texas”, compone una banda sonora que se supera a sí misma y que homenajea el espíritu de las películas de Wong Kar-Wai.
La combinación de la preciosa fotografía, de unos actores creíbles y próximos y de la melancólica ambientación nocturna de bares, cafés y casinos, junto con una música perfecta, hacen de “My blueberry nights” un placer absoluto para la vista, el oído, el paladar, el olfato, el tacto y el espíritu.
La abundancia de temas incluidos en la banda sonora añaden el complemento ideal. “The Story”, Norah Jones. “Living Proof.”, Cat Power. “Ely Nevada”, Ry Cooder. “Try a Little Tenderness”, Otis Redding. “Looking Back”, Ruth Brown. “Long Ride”, Ry Cooder. “Eyes on the Prize”, Mavis Staples. Una versión a la armónica de la inolvidable “Yumeji’s Theme” compuesta por Shigeru Umebayasi para “In the mood for love”. “Skipping Stone”, Amos Lee. “Bus Ride”, Ry Cooder. “Harvest Moon”, Cassandra Wilson. “Devil’s Highway”, Hello Stranger (la banda del hijo de Ry Cooder). “Pájaros”, Gustavo Santaolalla. Y “The Greatest”, Cat Power.
Road movie directa a los sentimientos. Kar-Wai filma algunos de los retratos del desamor más bellos del cine.
La combinación de la preciosa fotografía, de unos actores creíbles y próximos y de la melancólica ambientación nocturna de bares, cafés y casinos, junto con una música perfecta, hacen de “My blueberry nights” un placer absoluto para la vista, el oído, el paladar, el olfato, el tacto y el espíritu.
La abundancia de temas incluidos en la banda sonora añaden el complemento ideal. “The Story”, Norah Jones. “Living Proof.”, Cat Power. “Ely Nevada”, Ry Cooder. “Try a Little Tenderness”, Otis Redding. “Looking Back”, Ruth Brown. “Long Ride”, Ry Cooder. “Eyes on the Prize”, Mavis Staples. Una versión a la armónica de la inolvidable “Yumeji’s Theme” compuesta por Shigeru Umebayasi para “In the mood for love”. “Skipping Stone”, Amos Lee. “Bus Ride”, Ry Cooder. “Harvest Moon”, Cassandra Wilson. “Devil’s Highway”, Hello Stranger (la banda del hijo de Ry Cooder). “Pájaros”, Gustavo Santaolalla. Y “The Greatest”, Cat Power.
Road movie directa a los sentimientos. Kar-Wai filma algunos de los retratos del desamor más bellos del cine.