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Voto de Vivoleyendo:
10
Drama Cleo (Yalitza Aparicio) es la joven sirvienta de una familia que vive en la Colonia Roma, barrio de clase media-alta de Ciudad de México. En esta carta de amor a las mujeres que lo criaron, Cuarón se inspira en su propia infancia para pintar un retrato realista y emotivo de los conflictos domésticos y las jerarquías sociales durante la agitación política de la década de los 70. (FILMAFFINITY)
29 de diciembre de 2020
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto es mucho más que cine. Es la pura vida desplegada en dos horas y pico.

Cuarón, un director que ha demostrado su enorme versatilidad en distintos terrenos y a todo lo ancho del globo, regresa a sus raíces mexicanas para filmar su película más personal y hermosa.

La cámara es una ventana a una época espléndidamente recreada: aproximadamente un año que transcurre desde finales de 1970 hasta avanzado 1971, localizándose sobre todo en el barrio en el que transcurrió la infancia del director y ocasionalmente en otros lugares de México.

No hay banda sonora, todos los sonidos son los que se oyen en cualquier casa (conversaciones en distintas lenguas, la radio, la televisión, las faenas domésticas, los juegos de los niños, las fiestas con música y bailes, los coches entrando y saliendo de los garajes) y en cualquier espacio exterior (el tráfico, los aviones, la gente, los establecimientos de todo tipo, el viento, el mar).

La mayoría de los planos son fijos y de interior, con la cámara situada en zonas estratégicas de la casa sobre algún trípode, pero con la posibilidad de girar sobre sí misma para seguir sobre todo los movimientos de Cleo, la sirvienta protagonista. Para los exteriores, es frecuente el uso de travellings a lo largo de las calles.

La fotografía en blanco y negro es diáfana y nítida con movimientos suaves y sin estridencias de luces y sombras ni encuadres complicados, subrayando la cotidianeidad y la personalidad dulce, tímida, modesta y honrada de Cleo. A través de sus ojos limpios, percibimos ese mundo doméstico y familiar en el que la chica se desenvuelve, siempre barriendo, fregando, lavando, ordenando, llevando platos y bebidas, cargando bultos y maletas, acostando y despertando a los niños, ayudando a los más pequeños a vestirse y llevar a cabo sus abluciones (ella además acompaña a la familia en sus viajes para atender y vigilar a los peques), ofreciendo y recibiendo un cariño espontáneo e incondicional que conmueve hasta la médula en sus sencillos gestos y frases. El amor entre Cleo y sus patrones más jóvenes (los cuatro niños de la familia: Toño, Paco, Sofi y Pepe) desborda de ternura. En especial el benjamín Pepe roba sonrisas embelesadas con su cháchara del tipo “Cuando yo era grande, fui marinero”, mientras Cleo trata de corregir su supuesto error en el empleo del tiempo verbal, pero Pepe no da su brazo a torcer con su imaginación desbordante y su aguda capacidad de observación. La madre de los niños, Sofía, es enérgica pero cariñosa. Atraviesa por momentos difíciles (el distanciamiento de su marido, Antonio, un médico que casi siempre está ausente) y a veces se exalta y suelta exabruptos, ante lo cual Cleo siempre conserva su talante silencioso, resignado y diligente, sabiendo que no le queda otra que aguantar el pequeño chaparrón, pero también que la patrona es una buena persona y pronto se le pasará el enfado. La abuela de los niños, que vive en la casa, es una señora amable cargada de una paciencia prácticamente infinita, a menudo puesta a prueba por las travesuras y peleas de sus nietos.

Casi toda la sencilla vida de Cleo gira en torno a la casa y sus habitantes, tanto la familia como la otra empleada, Adela, íntima amiga con la que charla tanto en español como en mixteco. Ambas chicas tienen novios, con los que salen en sus tardes libres.

Pronto la más o menos tranquila rutina se verá alterada radicalmente por ciertos acontecimientos que acaecerán tanto en las vidas de los protagonistas como en la historia de México (porque este drama costumbrista también introduce con concisión y contundencia el trasfondo social y político del país), dando lugar a algunas de las escenas más desgarradoras y enternecedoras jamás vistas en la historia del cine mundial, ahí situadas junto a las escenas cumbre de todas esas películas que nos han marcado al rojo para siempre.

Cuarón ha resucitado la Colonia de Roma exactamente como era a principios de los setenta, inspirándose en su vivienda de infancia y los alrededores, junto con otros espacios y edificios de la ciudad y de otras partes de México. La minuciosidad y el cuidado volcados en los detalles son abrumadores en su aparente naturalidad. Ropa, vehículos, electrodomésticos, aparatos, juguetes, objetos de uso cotidiano, la programación de la tele, la cartelera de los cines, todo tal como era hace cincuenta años. Y Cuarón da la sensación de que lograr todo eso es tan sencillo como pestañear, cuando está claro que traer de vuelta una época pasada tal y como era es uno de los mayores retos de un cineasta, pues es mucho más difícil representar la realidad tal cual que inventársela.

Pero por encima de todo, el plato fuerte son las estratosféricas interpretaciones de absolutamente todo el reparto principal, ya sean adultos o niños. No parece que sean actores y actrices, es como si los hubieran filmado en su vida real sin que lo supieran. En ningún momento parece que estén representando un papel. No puede haber mayor mérito como actor o actriz, y dice mucho tanto del talento natural de los intérpretes como de la extraordinaria capacidad de Cuarón para dirigirlos.

Que aprendan unos cuantos. Tan sólo un gesto o una mirada de Cleo dice más que una hora viendo a otros en otras películas.

Se percibe la gran influencia que tuvieron sobre el director las mujeres de su niñez, reflejadas en los personajes femeninos de la película, que han sido desarrollados con un respeto y cariño muy evidentes.

Gracias por esta maravilla que he sumado a la colección de las películas más bellas de mi vida.
Vivoleyendo
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