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Voto de Vivoleyendo:
7
6.1
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Drama
Inglaterra, siglo XVI. Narra la historia de dos hermanas, Ana y María Bolena (Portman & Johansson). El padre y el tío de ambas, movidos por la ambición de mejorar el nivel social y el poder de la familia, convencen a las jóvenes para que conquisten el amor de Enrique VIII (Eric Bana), Rey de Inglaterra. Ana y María abandonan su vida en el campo para trasladarse al peligroso y apasionante mundo de la corte. Pero, pronto surge entre ellas ... [+]
12 de abril de 2008
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se han vertido ríos de tinta sobre una de las reinas más polémicas y malogradas de todos los tiempos. Anne Boleyn, Ana Bolena, Anna de Boullans. Personaje histórico que siempre me ha despertado fascinación, posiblemente por esa aura siniestra y desgraciada que la perseguirá por toda la eternidad.
Los entramados políticos de la Europa en transición entre la Edad Media y la Edad Moderna reducían a todas las familias con algún nombre, título o influencia a meros títeres al servicio del sol que más calentaba. Para todo el que se creyese alguien, prostituirse a los intereses del escalafón social y de la riqueza y, sobre todo, a los del control y el poder, era algo que se interiorizaba desde la cuna. Y si era el mismísimo rey de una nación poderosa a quien se le podía echar la zarpa, entonces TODO estaba justificado.
Si hemos de generalizar, en todas las épocas el incienso del poder ha hecho bailar a los ambiciosos al son que los trepas conocen con instinto de hiena carroñera.
Cuando todo está supeditado a la maquinaria de la ambición más descabellada, valores tan fundamentales y primordiales como el amor, la lealtad, los lazos de sangre, la paz y el sencillo disfrute de la vida, son valores que se convierten en humo. No hay integridad que valga, ni dignidad personal. No es necesario invocar el Fausto de Goethe para evocar al diablo que tienta a las débiles almas. No es necesario consultar obras de ficción. El "diablo" no es un ángel caído a unos infiernos de fuegos perpetuos y dotado de cuernos, rabo y tridente. El "diablo" tiene apariencias mucho más mundanas. Se ha aparecido siempre bajo la forma del Poder, la Codicia, la Ambición, la Envidia, y el más temible: el Odio. No hay que remitirse a la Biblia, ni a ninguna lectura religiosa. El "diablo" adopta las formas de lo más despreciable que existe, sin necesidad de irse a otros mundos improbables ni Más Allás producto de la imaginación.
Cuando Europa consistía en un gran tablero en el que todas las naciones mantenían entre sí un denodado pulso, cualquier estrategia era válida si contribuía a fortalecer y/o consolidar la potencia de su nación. Y las alianzas matrimoniales constituían una de las estrategias más influyentes y decisivas.
Los matrimonios entre miembros de la nobleza o con rangos importantes, concertados y planificados por los padres y los mayores de las familias, hacían de los vástagos simples fichas en un tablero feroz al que tenían que someterse.
"El amor carece de valor si no va acompañado de poder y ambición" (frase que Ana Bolena pronuncia). Cuando lo que estaba en juego era obtener ascendiente sobre el mismísimo rey, no había amor que valiera.
Un rasgo que me ha calado ha sido la pulverización de la libertad para elegir. El cruel sometimiento a un sistema corrompido, en el que padres y familiares no dudaban en entregar a sus descendientes al desamor, condenarlos a la infelicidad, e incluso a la destrucción.
Los entramados políticos de la Europa en transición entre la Edad Media y la Edad Moderna reducían a todas las familias con algún nombre, título o influencia a meros títeres al servicio del sol que más calentaba. Para todo el que se creyese alguien, prostituirse a los intereses del escalafón social y de la riqueza y, sobre todo, a los del control y el poder, era algo que se interiorizaba desde la cuna. Y si era el mismísimo rey de una nación poderosa a quien se le podía echar la zarpa, entonces TODO estaba justificado.
Si hemos de generalizar, en todas las épocas el incienso del poder ha hecho bailar a los ambiciosos al son que los trepas conocen con instinto de hiena carroñera.
Cuando todo está supeditado a la maquinaria de la ambición más descabellada, valores tan fundamentales y primordiales como el amor, la lealtad, los lazos de sangre, la paz y el sencillo disfrute de la vida, son valores que se convierten en humo. No hay integridad que valga, ni dignidad personal. No es necesario invocar el Fausto de Goethe para evocar al diablo que tienta a las débiles almas. No es necesario consultar obras de ficción. El "diablo" no es un ángel caído a unos infiernos de fuegos perpetuos y dotado de cuernos, rabo y tridente. El "diablo" tiene apariencias mucho más mundanas. Se ha aparecido siempre bajo la forma del Poder, la Codicia, la Ambición, la Envidia, y el más temible: el Odio. No hay que remitirse a la Biblia, ni a ninguna lectura religiosa. El "diablo" adopta las formas de lo más despreciable que existe, sin necesidad de irse a otros mundos improbables ni Más Allás producto de la imaginación.
Cuando Europa consistía en un gran tablero en el que todas las naciones mantenían entre sí un denodado pulso, cualquier estrategia era válida si contribuía a fortalecer y/o consolidar la potencia de su nación. Y las alianzas matrimoniales constituían una de las estrategias más influyentes y decisivas.
Los matrimonios entre miembros de la nobleza o con rangos importantes, concertados y planificados por los padres y los mayores de las familias, hacían de los vástagos simples fichas en un tablero feroz al que tenían que someterse.
"El amor carece de valor si no va acompañado de poder y ambición" (frase que Ana Bolena pronuncia). Cuando lo que estaba en juego era obtener ascendiente sobre el mismísimo rey, no había amor que valiera.
Un rasgo que me ha calado ha sido la pulverización de la libertad para elegir. El cruel sometimiento a un sistema corrompido, en el que padres y familiares no dudaban en entregar a sus descendientes al desamor, condenarlos a la infelicidad, e incluso a la destrucción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Algunos de los mayores de la familia Bolena, prostituyendo a sus vástagos como vulgares proxenetas, son mostrados en toda su patética monstruosidad, así como los jóvenes Bolena, arrojados despiadadamente a la arena.
Ana conoció un triunfo tan amargo que le supo a demonios. La desmesurada ambición digerida desde pequeña terminó por revolverse contra ella. Utilizó sus armas de mujer y se lo jugó todo a una apuesta muy elevada. Nada menos que reemplazar a Catalina de Aragón en el trono de Inglaterra y provocar la escisión definitiva entre el país y la iglesia católica de Roma. Consiguió atrapar en sus redes al voluble y antojadizo Enrique VIII, con la esperanza de darle un heredero varón al trono. Pero su relativo triunfo le estalló en la cara y se tornó en pesadilla.
La trama va creciendo en tensión y angustia, asistiendo a las maniobras de una mujer intrigante y codiciosa de poder que fue perdiendo la inocencia y la alegría de vivir a medida que avanzaba por un camino plagado de espinas que terminó por destrozarla. Hasta qué punto tuvieron que ver en dicha caída a los infiernos sus propias maquinaciones, y hasta qué punto tuvieron que ver en ello las presiones y las enseñanzas transmitidas por el siniestro entorno en el que se había criado, es difícil de dilucidar. Pero lo cierto es que ella se vio atrapada en su propia red.
Si bien la fotografía tiene mucho mérito, así como la puesta en escena, el trabajo de ambientación, la adecuada banda sonora y la soberbia actuación de Natalie Portman (Scarlett Johansson está bastante correcta, Kristin Scott Thomas dignifica su sufrido papel, Eric Bana no destaca especialmente, Ana Torrent hace una convincente Catalina de Aragón y los demás secundarios circulan modestamente por la pantalla) no la considero una película de sobresaliente porque el guión tal vez podría haber dado más de sí, así como el desarrollo. Ciertamente alcanza momentos de mucha emotividad, desgarro y tensión, pero no es suficiente para alejar la sensación de que falta algo. De que podría haberse creado un guión que realmente robara el aliento, porque la trágica historia de Ana Bolena daba para eso y mucho más.
Hasta qué punto se condujo ella solita hacia el cadalso con sus tejemanejes fallidos y sus errores, hasta qué extremo tuvo que ver la intervención de un entorno hostil, y por supuesto la mala suerte, o todo ello a la vez, no lo sabremos. Pero lo que sí podemos imaginar es que sin duda la madre de la futura Isabel I pagó con creces por todas sus equivocaciones y por sus erradas decisiones, y que tendría tiempo de arrepentirse por todos sus malos pasos.
Pero ya era tarde.
Ana conoció un triunfo tan amargo que le supo a demonios. La desmesurada ambición digerida desde pequeña terminó por revolverse contra ella. Utilizó sus armas de mujer y se lo jugó todo a una apuesta muy elevada. Nada menos que reemplazar a Catalina de Aragón en el trono de Inglaterra y provocar la escisión definitiva entre el país y la iglesia católica de Roma. Consiguió atrapar en sus redes al voluble y antojadizo Enrique VIII, con la esperanza de darle un heredero varón al trono. Pero su relativo triunfo le estalló en la cara y se tornó en pesadilla.
La trama va creciendo en tensión y angustia, asistiendo a las maniobras de una mujer intrigante y codiciosa de poder que fue perdiendo la inocencia y la alegría de vivir a medida que avanzaba por un camino plagado de espinas que terminó por destrozarla. Hasta qué punto tuvieron que ver en dicha caída a los infiernos sus propias maquinaciones, y hasta qué punto tuvieron que ver en ello las presiones y las enseñanzas transmitidas por el siniestro entorno en el que se había criado, es difícil de dilucidar. Pero lo cierto es que ella se vio atrapada en su propia red.
Si bien la fotografía tiene mucho mérito, así como la puesta en escena, el trabajo de ambientación, la adecuada banda sonora y la soberbia actuación de Natalie Portman (Scarlett Johansson está bastante correcta, Kristin Scott Thomas dignifica su sufrido papel, Eric Bana no destaca especialmente, Ana Torrent hace una convincente Catalina de Aragón y los demás secundarios circulan modestamente por la pantalla) no la considero una película de sobresaliente porque el guión tal vez podría haber dado más de sí, así como el desarrollo. Ciertamente alcanza momentos de mucha emotividad, desgarro y tensión, pero no es suficiente para alejar la sensación de que falta algo. De que podría haberse creado un guión que realmente robara el aliento, porque la trágica historia de Ana Bolena daba para eso y mucho más.
Hasta qué punto se condujo ella solita hacia el cadalso con sus tejemanejes fallidos y sus errores, hasta qué extremo tuvo que ver la intervención de un entorno hostil, y por supuesto la mala suerte, o todo ello a la vez, no lo sabremos. Pero lo que sí podemos imaginar es que sin duda la madre de la futura Isabel I pagó con creces por todas sus equivocaciones y por sus erradas decisiones, y que tendría tiempo de arrepentirse por todos sus malos pasos.
Pero ya era tarde.